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viernes, 16 de abril de 2021

Axila. (En Hoy por Hoy León, 16 de abril de 2021)

    Me gusta pensar en cosas que hay porque no hay. Me viene de la época de la escuela, de cuando me costaba diferenciar lo que es cóncavo de lo convexo y poníamos la mano haciendo un arco que, claro está, no nos servía de mucho porque dibujar con la mano un arco cóncavo era a la vez describir uno convexo. Luego, cuando estudié análisis de funciones, en Matemáticas, ya me fue mucho más sencillo entenderlo, pero con los espejos o con los dibujos, con los objetos reales, siempre veía a la vez lo cóncavo y lo convexo. ¡Qué curioso! La abstracción matemática me sirvió para comprenderlo, porque tenía claro el punto de referencia. El hecho de separar mi mirada del mundo me permitió ver el mundo.

    En realidad, concavidad y convexidad son dos aspectos de la misma observación y solo depende del punto de vista que se adopta la decisión de decantarse por uno o por otro. Seguro que se podría desarrollar una teoría sobre la psicología de la concavidad y la convexidad, algún tipo de test proyectivo que nos permitiera decidir cómo somos en función de la curvatura de nuestro mundo. Un mundo que se curva hacia adentro o un mundo que se curva hacia afuera.

    Esto de la realidad de lo que no es lo he pensado muchas veces observando los arcos del Panteón de los Reyes, uno de mis lugares preferidos de León. Más allá de las pinturas, de la magia de las pinturas, de la impresión que siempre me producen las pinturas, me envuelve el vuelo de los arcos, su perfecta geometría, el modo sencillo en el que elevan la pintura del Cristo en majestad, sedente con los pies apoyados en el mundo. Pero los arcos, con estar, en realidad no están, porque sostienen las bóvedas y se funden en ellas. Es la convexidad de los arcos lo que dibuja la concavidad de las bóvedas. Dirás que no tengo ni idea de arquitectura, y es verdad, es solo que cuando estoy allí, siento que desaparece el mundo y solo queda la belleza de las formas que se dibujan en lo que queda en hueco. ¿Sabes? Es como si el espacio que se abre bajo esas bóvedas que son la Capilla Sixtina del románico, algo que no tiene entidad, fuese la realidad que más me conmueve cuando estoy allí. El hueco que queda.

    Me parece que en el mundo hay muchas cosas que están hechas para encajar así. La convexidad de la espalda que se acurruca contra el pecho cóncavo que abraza. La mano cóncava que acaricia la convexidad del otro. Apretar el hueco hasta su infinita pequeñez. Sentir su comprimida presencia en el abrazo, en la caricia, en el juego. Hacer del hueco la verdad. Quizá es eso lo que me pasa en el Panteón de los Reyes, que me aplasta el hueco de la belleza y me tritura, me desaparece y me ilumina, me alumbra, me despierta a la realidad perfecta de lo que no es. Me funde. Como el juego, la caricia y el abrazo. Quizá sea eso, sí. Esa magnífica impresión de desaparecer, de desvanecerse en la belleza. Es como cuando piensas en la axila, el motor de la risa en las cosquillas, espacio cóncavo en lo que no es, el hueco que queda, porque lo convexo, lo otro, es hombro o es brazo. 

    La axila es el arco de la bóveda más divertida del cuerpo.

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