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viernes, 4 de junio de 2021

Pulso. (En Hoy por Hoy León, 4 de junio de 2021)

     Ya veo que te has atado en el pulso uno de esos relojes que llaman inteligentes y ahora que sabes cuántas horas duermes, cuántos pasos das al día y cómo de bien funciona tu corazón tienes la seguridad de que las cosas están como deben. Toda la información te llega a la muñeca en el instante y sabes las horas de sueño profundo que has dormido, las calorías que has quemado, qué mensajes y qué noticias tienes por atender. Ese reloj que dices inteligente, y al que te has atado incluso en la ducha, te informa del mundo e informa de ti al propio mundo en un festival de señales que complican un poco más la maraña de datos que viajan en la red. Veo con sorpresa que llevas otro reloj en la otra mano, porque no renuncias a mirar la hora, como que este nuevo aparato inteligente no pudiese suplir la silenciosa presencia de tu reloj de siempre.

    Fíjate que me acuerdo del bolero y aquella cosa tan sentimental —“reloj no marques las horas”— se ha transformado en una realidad al pie de la letra con estos relojes que lo que hacen es no marcar solo las horas. Claro que esta cuestión de la privacidad nos importa solo a ratos, como todas las evidencias de lo que somos capaces de defender y de negar. Es una sensación ausente, un sentir desaparecido. Llueve a mares sol de primavera, cielos abiertos se desploman sobre nosotros y descendemos la inteligencia a los aparatos: enchufes inteligentes. Todo lo inteligente nos encadena a la red, nos hace crecer en ella y nos expone como no siento yo que se pueda hacer de otro modo. Ser expuesto. Ser radiante y luminoso expuesto naturalmente al baqueteo de los vientos y el golpeo del granizo, al astroso ajar del sol. Nada hay más inteligente que la vida y esa la traemos de serie en el pulso sin tener que hablar con las grandes firmas de la tecnología. Un pulso libre en las muñecas, expuesto a la intimidad de las miradas. Toda esa prevención contra el uso no controlado de los datos la tiramos al cesto de la basura en cada uno de nuestros actos monitorizados. ¿Quién querría escapar a la mirada dulce de este gran hermano? ¿Quién querría desandar lo andado? ¿Quién necesita esconderse en las saetas de un reloj de cuerda?

    Tu pulso te delata. La salpicadura constante de la vida contra la base de tu reloj inteligente te sitúa en ese laberinto de responsabilidades, sueño de un mundo sin servidumbres ni patrias, sin historias que olvidar que vuelven y vuelven a empujarte fuera del sueño cada mañana, espejos en los que reconocerte, culpas voladoras. Todo registrado en tu pulso y recogido al segundo en los big data con ese plural latino tan anacrónico. Big, Little. Gran gorila, hormiga pequeña. Pulso desequilibrado.

    Una tentación de escribir “todos los pulsos, el pulso”, como el fuego. Todos los pulsos son el mismo, porque laten en el mismo corazón y todos los pulsos son desequilibrados, porque se empiezan desde manos contrarias. Luego las manos se abrazan si toca, pero el impulso existe, la fuerza empuja y la tensión se ejerce. Lo hemos visto estos días en lo que vienen haciendo Manuel García y Javier Santiago Vélez pensando en el dieciocho de julio leonés cuando decidan quién es el jefe en el partido. Habría que ver en sus relojes las gráficas de sueño y ritmo cardíaco, sus manos haciendo hueco al futuro.

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