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viernes, 7 de enero de 2022

Sobre naturaleza. (En Hoy por Hoy León, 7 de enero de 2022)

    Hay un libro de Cicerón que fue considerado por Voltaire el mejor libro de la antigüedad. Se titula Sobre la Naturaleza de los Dioses y en él expone el orador romano, desde su perspectiva escéptica, las posiciones de las principales escuelas filosóficas de la época helenística en relación a la teología, centrándose en la discusión entre la idea epicúrea y la idea estoica de la divinidad. No te voy  a decir ahora que te pongas a leer a Cicerón. Ni se me ocurre. Si hago mención del libro es simplemente por el título, por lo que hay en él de apasionante contradicción: discutir sobre la naturaleza de lo sobrenatural.

    La racionalidad pretende la superación del misterio. La negación  del principio de no contradicción es la afirmación de la vida como dato, su imposible descripción matemática. Y a la vez se descubre en todo cuanto hay la presencia exacta de la regularidad, quizá la idea estoica de la predeterminación frente al impredecible y azaroso comportamiento de los átomos epicúreos. La naturaleza de las cosas, dioses incluidos, se explica en el caos o en el orden, dependiendo de una creencia interna que es difícil decidir. Es la cuestión eterna de si el caos o la determinación, si la impredecible fuerza de la vida o la perfecta organización de la materia. Ya me imagino que en este momento del fin de semana último de la Navidad del ómicron es lo último que te preocupa, que todavía sin reponerte de las última migas de roscón de reyes sientes que esta cuestión tan ajena te resbala por las comisuras de tus preocupaciones inmediatas que tienen más que ver con las noticias que te llegan de contagios cercanos y personas enfermas. Está en la naturaleza de las cosas, en la naturaleza de los días, en la necesidad de respirar cada momento, en tu propio ser como eres, resolver lo que tienes a la mano, lo que te aqueja. Por eso desoyes cualquier invitación al distanciamiento, cualquier intento de toma en consideración con otra perspectiva que no sea la de tu urgencia, por mucho que, sin que te des cuenta, se te cuelen en la agenda de lo urgente cientos de problemas que no son ni tan siquiera tuyos.

    Pero volvamos a la cuestión de si naturaleza racional o misteriosa, si definición exacta y controlada o flujo indecidible. No veo otro armisticio que la poesía, no encuentro otra solución que no sea la belleza, no se me ocurre nada que pueda reconfortar mi desasosiego si no es el arte. Por eso creo que está en el espíritu de la música la metáfora de la verdad que es solo un sentimiento: lógica e irracionalidad se expresan a la vez en la misma mágica ley cuando es el espíritu de la música el que te gobierna y cantas. Místico, prosaico, el entendimiento se suspende y el gozo, la apatía total, se adueña de la realidad. Cada segundo que se escapa se enciende en luz y el espíritu se despreocupa cuando es la poesía la que te mueve. La naturaleza de los dioses tiene que estar escrita en la belleza. Por eso todos esos ídolos que permites que te gobiernen ―dioses falsos hechos de promesas― no te permiten que cantes, ni que goces la belleza, sino que te subyugan con obligaciones y te pagan con sus leyes, para que no seas nunca consciente de tu verdadera naturaleza. Ya empezamos precampaña. Ya verás qué León de naturaleza plástica nos cuentan.

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