Buscar este blog

viernes, 21 de enero de 2022

Tras aterecer. (En Hoy por Hoy León, 20 de enero de 2022)

    El frío no es solo el frío del invierno. Uno puede estar aterecido de frío y saber que lo que le pasa no tiene que ver con los termómetros, porque hay un frío que no te viene de la fiebre ni de la helada, un frío que te quema y te paraliza, un frío interior que se desata en una noticia, en una emoción, en un vuelo del deseo.

    Ese frío, vamos a decir de combustión interna, te lleva a temblar sin que puedas tapar tu inquietud inexpresable, ese nudo agarrotado que se te agarra a la garganta y que no deja pasar ni una miga de pan, ni una gota de saliva, ni un soplo de aire que te libere. Y por más que escuchas consejos y buenas intenciones, por más que sabes que es verdad que las cosas siguen en su sitio, ese frío que te hiela no te deja ver más paisaje que el de tus temblores, de manera que salir de ese temblar te es imposible. Aterecido se dice mucho en Veguellina, creo. Aterecido como el páramo helado. Aterecido como el corazón del miedo. Aterecido como el silbido de la becada, si es que las becadas silban. 

    El martes un cazador me enseñaba orgulloso cuatro becadas que estaba preparando para guisar, cuatro avecillas desplumadas en su fuente, y pensé que es difícil entender los caminos del aprecio y el deseo. ¿Qué valor podría darle yo a un ave que ni tan siquiera sabía que existiera? Y, sin embargo, vistas allí completamente desplumadas, convertidas en suculento bocado para gourmets exquisitos, me hacían pensar en el nudo de tu garganta aterecida. ¿Cómo podría yo sacudir tu frío? Y en la desnudez de las becadas, en su exquisitez tan altamente proclamada, comprendí el valor del vuelo de los suspiros, el incalculable tesoro de cada latido, el oro infinito que brilla en cada una de nuestras palabras.

    Y veo que el nudo se deshace para la vida y las suculentas becadas se apartan en la mesa de quienes saben apreciarlas, porque lo que cuenta es desanudar los miedos y dejar que fluya la vida por nuestras gargantas. El frío no existe, o quizá sí, pero no puede ser un frío que se te cueza en las entrañas. Si temblamos, que sea por el hielo, por el viento, por la seca bofetada del invierno, pero no dejemos que nos gane el frío de los miedos.

    Ser capaz de sacudir las plumas de la angustia no es tarea fácil y menos en esta época de máscaras y fiebres y toses y pulmones vacíos de aire, este tiempo como de nudos permanentes y dolores, trombos, agujeros para que entre el aire. El dolor no es una opción, porque cuando te duele, duele, pero el sufrimiento sí. El sufrimiento se elige y está en tu mano y en la mía elegir no sufrir por mucho que duela lo que duela, por mucho que le duela a quien le duela. Sufrir es seguir una línea, como esa que han pintado en la zona de Álvaro López Núñez para el control digital del transporte público, que uno se queda impresionado con lo que es capaz de inventar el ser humano. Una línea verde, ¿quién sabe? Ahora que todos los colores tienen una segunda intención, hablar de seguir una línea verde puede tener tantas lecturas que casi me da miedo haberlo escrito y no es solo por el acto multitudinario de ayer en San Botines, como se escribió en alguna prensa apresurada. Pero, tras aterecer, recuerda, el dolor no es una opción, el sufrimiento, en cambio, se elige.


No hay comentarios:

Publicar un comentario