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viernes, 26 de mayo de 2023

Diagonal. (Audio)

 

Diagonal. (En Hoy por Hoy León, 26 de mayo de 2023)

        Hay un modo de leer el mundo que desfonda. Por el contrario, la sensibilidad escasa de lo práctico disimula mal las pinceladas de trazo grueso que construyen todo lo sólido, todo eso en lo que nos sentimos seguros, todo lo que nos permite andar mirando en diagonal por las mañanas todos esos matices que se presentan, de manera que nos agarramos al asa del café y abrimos la página del día con la convicción insensata de que todo está en su sitio, en el mismo sitio en el que lo habíamos dejado por la noche. En cambio, ese otro modo de leer la vida que evita las diagonales y se detiene en cada sílaba, en cada pausa, desacelera el pulso y dibuja los sonidos de la trompa, la permanencia del ritmo, la luz del sol rebotando en el metal de un concierto de fiesta. Las bandas, todas las bandas, dejaron de ser uniformes desde que ya no tocas el saxofón. Mundo en flauta travesera que escapa de toda diagonal.

Hay una historia de cubanos, un Feliz en tu día para Pablo Milanés del que se habló en una noche con prórroga, un entierro mágico de toneles de caña, las pisadas de Padura en una conversación, ideas, sensaciones en nube que son matices del día, pinceladas sueltas, fotografías, acordes de frío y sueño. Padura, Montalbán, Camilleri detienen la acción en una receta y te obligan a parar el paso. Sí, ya sabes, Mario Conde, Pepe Carvalho, Salvo Montalbano… Historias que se frenan en un plato, zancadillas a los que ven el mundo en diagonal y pasan los episodios de las series de la tele a velocidad acelerada para ver antes que nadie qué es lo que hay al final. Yo prefiero esa cosa de Kostas Jaritos, el detective griego que también nos habla de comida y que se mete en la cama a leer el diccionario. Parar el discurso en el flujo ininterrumpido de las palabras. Ya. Ya sé que eso es agotador.

Déjame que te cuente una historia que podría ser una novela. Piensa en el patio andaluz de una hacienda sevillana una noche de boda. Dibuja un corazón en el centro, un corazón que no late, un corazón gigante que se disfraza de fresa y nata: una tarta nupcial enorme de la que toman porciones los invitados a medida que van saliendo de la sala del banquete. Date cuenta de que llego de los primeros y todavía veo el corazón intacto. Comprende que me habla de ti, de tu ausencia. Que la sangre simulada por las fresas es la piel de mi corazón, que su latido lo destroza, que se deshace en porciones que van a los platos, a las cucharitas, a las bocas de los que llegan participando de la fiesta. Sois todo corazón, fue lo que dije. Corazón y hambre, me corrigió el novio. Y creo que esa era la novela, una novela dulce, una novela que contara la ausencia, la distancia, la presencia poderosa del amor en el punto justo en el que se cruzan las diagonales del patio. Corazón, sí, pero hambre también. Hambre y corazón para traer personajes de novela que cocinan, sueños de música, imágenes expuestas en la noche extraviada. Jóvenes que son corazón y que también son hambre; y nosotros, los que no bailábamos, ocultos en el esqueleto del patio, haciendo de las tripas, de toda el hambre, literatura. Cocinando en frío un corazón. Y, ajena a todo cuanto de verdad pasa, la campaña. En la diagonal, este León en pelea por el voto. Mucha hambre y mucho corazón.

sábado, 20 de mayo de 2023

Hasta la tabla del siete. (Audio)

 Enlace a la página de Radio León para escuchar el audio de este artículo.

Hasta la tabla del siete. (En Hoy por Hoy León, 19 de mayo de 2020)

     Pues yo diría que, este año también, la Feria del Libro ha sido un éxito. No sé qué dirán las cuentas de los libreros, ni si los libros que se vendieron serán finalmente leídos, como tampoco puedo saber si las palabras que se dijeron arañarán corazones o moverán voluntades. La sensación de éxito —lo que cuenta son las sensaciones, puede que más que las palabras— vuela desde el aroma de las almendras garrapiñadas de la puerta del ayuntamiento, ese ambientador de la entrada de la Feria viniendo desde Santo Domingo.

    El viernes pasado estuvimos en lo de Antonio Pereira. Me detengo en este acto entre los muchos que hubo porque no me dan los tres minutos para un repaso general y porque Pereira es un genio de mi devoción y porque en la última fila estaban los gigantes que luchan contra los molinos de viento y se sentaba la literatura y miraba desde su esbelta figura con el móvil las fotos de una mesa colocada a pie de público, en ausencia de estrado o con estrado mínimo que no permitía ver a quienes hablaban y nos obligaba a ser escuchantes antes que espectadores. Luego se levantó Mestre y lo vimos, claro, pero eso fue luego. De entrada, Joaquín Otero estuvo con su mejor voz radiofónica situando el acontecimiento en su justa medida, con la dosis correcta de humor y de simpatía, con el toque de inteligencia distinguida que hacía falta. Gamoneda nos arropó en su metafísica y nos llevó por los caminos fundamentales de la palabra. Para entonces ya nos habíamos dejado abrazar por la devoción del acto y asentíamos en la implacable destrucción de la línea divisoria que algunos —nadie sabe quiénes, ni dónde, ni cuándo, ni cómo, ni por qué— hubieran querido levantar para separar la poesía del relato. Y Joaquín Otero dijo que venían Cuco Pérez y Juan Carlos Mestre a hacer algo que, al parecer, nadie sabía qué era.

    Pero sonó la música del acordeón y ya sabes —lo digo siempre— que si hay un acordeón hay una fiesta, de manera que el acto literario se transformó en presencia y el espíritu transgresor del Pereira más irónico se decidió a bailar en la voz de Mestre y entre los dedos de Cuco y llegaron esos momentos de magia que solo la belleza nos permite. Hubo hasta confeti de los bolsillos del poeta, confeti de voces y palabras bailando en el tul de estampas de la música. Nos contó Juan Carlos Mestre el relato de la rusa —Palabras, palabras para una rusa, se llama— y te vino a ver la risa cuando oíste que, en la distancia de las palabras, el bailarín conquistador le recitaba al oído a la fenomenal rusa con la que bailaba oraciones aprendidas en la escuela y, al terminársele el escaso repertorio catequético, las tablas de multiplicar hasta la del siete. Un desfallecimiento fatal que quedó suplido con versos de Crémer; un clímax que la rusa ya no pudo soportar, a pesar de no entender nada.

    Al final Juan Carlos Mestre se emocionó al recordar a Úrsula Rodríguez y esa emoción nos recorrió enteros y puso fin al brillo de la tarde. Me he acordado de la rusa esta mañana: una niña ucraniana se ha puesto a temblar en su pupitre cuando ha oído pasar un avión que sonaba como los aviones de guerra. Ha bajado la persiana para evitarlo y se ha quedado temblando con la misma emoción que se llevó del insignificante estrado las palabras y los gestos del poeta. 

viernes, 12 de mayo de 2023

Algoritmo. (Audio)

 

Algoritmo. (En Hoy por Hoy León, 12 de mayo de 2023)

    Hace unos días, un muchacho de trece años que había hecho un comentario inapropiado en su cuenta de Facebook me confesaba que en realidad no había sido él quien había escrito aquello, sino que había sido su “bot”; como no le da tiempo a atender todo lo que tiene en las redes sociales, las tiene automatizadas. Es decir, tiene un robot que hace los comentarios por él. Te puedes imaginar que me quedé patidifuso en el sentido más ochentero de la palabra, me sentí un ignorante absoluto y hubo un hilo eléctrico de terror que me corrió por algunas zonas del cerebro. ¿Cómo un niño de trece años puede tener automatizada su presencia en las redes sociales? ¿Qué control tiene sobre las opiniones que su “bot” elabora por él? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad en lo que dice?

    Parece ser que el muchacho hace algunas indicaciones vagas de lo que más o menos quiere publicar y la inteligencia artificial ya se ocupa por él de poner el resto. Tengo que probar el chatGPT para escribirte un día uno de estos artículos: pongo “León”, “actualidad”, “emociones”, “razón” y seguro que sale hasta mejor de lo que yo compongo. Pero me vuelvo al tema de ese comentario mixto robot/muchacho. No lo voy a reproducir aquí porque era bastante ofensivo y afortunadamente el algoritmo de Facebook —máquina contra máquina— supo ver lo inapropiado del contenido y lo censuró. Lo que nos hizo sentir un poco de seguridad es que, al descubrir que había un comentario censurado, al leerlo, enseguida advertimos qué parte había escrito un muchacho de trece años y qué parte no. Al principio pensamos que habría sido alguna persona mayor de su entorno, algún hermano u otro familiar, pero que hubiera sido una máquina quien lo había escrito nos dejó perpelejos.

    Y esa perplejidad va más allá, porque este comentario censurado lo vimos por pura casualidad, una especie de tropiezo cibernético. Como quien se sienta en el pajar y se pincha con la aguja, esa aguja imposible de encontrar. Quiero decir que, no es por alarmarte, pero ¿tienes algún motivo para pensar que controlas lo que tus hijos publican en internet? ¿Tiene algún sentido siquiera que intentes ese control? Me decían ayer que para dormir a los bebés lo mejor es el ruido blanco, un sonido que abarca todas las frecuencias y no permite que el bebé oiga nada más, algo que le permite una calma a nivel cerebral semejante a la que tiene durante el embarazo. Es la nana monótona que cantábamos a nuestros hijos, pero desde el móvil y sin balanceos, sin paseos de la cocina al dormitorio y del dormitorio a la cocina. Como ves, todo empieza ya en el móvil.

    Pienso en este muchacho de trece años entrenando a su robot en el algoritmo que le conviene y me recuerdo a mí mismo entrenando el algoritmo de la raíz cuadrada y tal vez ya aplicando Ruffini para resolver divisiones de polinomios. Igual los chicos siguen teniendo que aprender a dividir polinomios y a hacer redacciones, pero sé que ya no lo hacen igual. No digo que sea malo o bueno. Digo que deberíamos enterarnos de cómo va la cosa y no estar encerrados en Sálvame o lo que lo sustituya, porque el algoritmo vuela a la velocidad de la luz y conquista el territorio más elemental en la guerra entre hombres y máquinas —si es que esa guerra existe—: el territorio del futuro, ese en el que se ganan todas las batallas.

viernes, 5 de mayo de 2023

Gnomon. (Audio)


 

Gnomon. (En Hoy por Hoy León, 5 de mayo de 2023)


    
Me produce una sensación extraña atravesar un reloj de sol que hay en Eras de Renueva al final del paseo que sale del centro comercial. Me da la impresión de que este reloj, más que la hora del día, estaría señalando el final de la ciudad. Paso a través de las piedras que señalan las horas y me siento un invasor del tiempo. Por eso, hay veces que doy un rodeo para no pisar dentro y tengo tentaciones de apartar la gravilla que vamos moviendo los paseantes con la intención de dejar al descubierto los números, medio sepultados por las chinas que van dejando nuestras pisadas.

    Miro el nomon y sigo la proyección de su sombra, pero no creas que me aclaro sobre la hora que marca. Es como que la lectura de un reloj semejante se convirtiera en un arcano inextricable. Me quedo mirándolo como si fuera el calendario azteca, como si escondiera una predicción, un susurro del futuro. Desearía poder leer las instrucciones, comprender la simplicidad del mecanismo, la certeza de la proyección de la sombra del nomon sobre el suelo: tengo la tentación de corregir los números y sentarme a marcar las horas, porque me parece que el reloj, en su belleza, no es exacto. Quiero decir que tengo la impresión de que los números no están puestos donde deben. Seguramente soy yo, que no sé leer la sombra, porque no puede ser que un reloj de sol dé mal la hora. No es algo que se adelanta o que se atrasa como el reloj del salpicadero de tu coche o como el Rolex del puesto de la Quinta Avenida, si es que sigue habiendo puestos que vendan relojes falsos en alguna calle del mundo.

    Atravesar el tiempo, sentir la sombra del minutero. Un poco moverse en el abismo en un día de cumpleaños, hablando de predicciones, de arcanos y de sombras que se proyectan. Hoy se entrega a Lolo, in memoriam, el “IV Premio Concordia IES Antonio García Bellido”, un reconocimiento que se entrega en un día que es aniversario de su nacimiento, como una fiesta de cumpleaños que atravesara el tiempo, para celebrar que su sombra se proyecta más allá de su presencia. Es una voz que ya no suena en la tertulia que vendrá después, pero es una voz que permanece, una voz alargada, como esas sombras que proyectan los árboles que tienen sombras alargadas, como esas noches que tienen horas que terminan alargadas, como ese oculto espanto alargado que tanto nos atrajo en el envés de las cosas que parecen ser reales. Un gnomon. Un mundo de proporciones áureas que se proyectan como las medias del tamaño del papel A0, A1, A2 A3, A4… Espacio vacío para llenar. Trágica tragedia de razón raíz de dos, un número irracional.

    El gnomon es una figura que se proyecta a partir de otra conservando sus proporciones. Por eso se llama gnomon a la varilla del reloj de sol, porque conserva esa idea de proyección, por eso el tiempo se detiene en el arco de las horas, por eso pudiera ser que exista algún desajuste en mi percepción de las cosas y me desequilibre en mi paseo al atravesar los números que fijan la sombra en una idea: la sombra perpendicular del mediodía, las cosas que se quedaron sin hacer, el homenaje sencillo desde el corazón, querido Lolo.