Hay un modo de leer el mundo que desfonda. Por el contrario, la sensibilidad escasa de lo práctico disimula mal las pinceladas de trazo grueso que construyen todo lo sólido, todo eso en lo que nos sentimos seguros, todo lo que nos permite andar mirando en diagonal por las mañanas todos esos matices que se presentan, de manera que nos agarramos al asa del café y abrimos la página del día con la convicción insensata de que todo está en su sitio, en el mismo sitio en el que lo habíamos dejado por la noche. En cambio, ese otro modo de leer la vida que evita las diagonales y se detiene en cada sílaba, en cada pausa, desacelera el pulso y dibuja los sonidos de la trompa, la permanencia del ritmo, la luz del sol rebotando en el metal de un concierto de fiesta. Las bandas, todas las bandas, dejaron de ser uniformes desde que ya no tocas el saxofón. Mundo en flauta travesera que escapa de toda diagonal.
Hay
una historia de cubanos, un Feliz en tu
día para Pablo Milanés del que se habló en una noche con prórroga, un
entierro mágico de toneles de caña, las pisadas de Padura en una conversación,
ideas, sensaciones en nube que son matices del día, pinceladas sueltas,
fotografías, acordes de frío y sueño. Padura, Montalbán, Camilleri detienen la
acción en una receta y te obligan a parar el paso. Sí, ya sabes, Mario Conde,
Pepe Carvalho, Salvo Montalbano… Historias que se frenan en un plato,
zancadillas a los que ven el mundo en diagonal y pasan los episodios de las
series de la tele a velocidad acelerada para ver antes que nadie qué es lo que
hay al final. Yo prefiero esa cosa de Kostas Jaritos, el detective griego que
también nos habla de comida y que se mete en la cama a leer el diccionario.
Parar el discurso en el flujo ininterrumpido de las palabras. Ya. Ya sé que eso
es agotador.
Déjame
que te cuente una historia que podría ser una novela. Piensa en el patio
andaluz de una hacienda sevillana una noche de boda. Dibuja un corazón en el
centro, un corazón que no late, un corazón gigante que se disfraza de fresa y
nata: una tarta nupcial enorme de la que toman porciones los invitados a medida
que van saliendo de la sala del banquete. Date cuenta de que llego de los
primeros y todavía veo el corazón intacto. Comprende que me habla de ti, de tu
ausencia. Que la sangre simulada por las fresas es la piel de mi corazón, que
su latido lo destroza, que se deshace en porciones que van a los platos, a las
cucharitas, a las bocas de los que llegan participando de la fiesta. Sois todo
corazón, fue lo que dije. Corazón y hambre, me corrigió el novio. Y creo que
esa era la novela, una novela dulce, una novela que contara la ausencia, la
distancia, la presencia poderosa del amor en el punto justo en el que se cruzan
las diagonales del patio. Corazón, sí, pero hambre también. Hambre y corazón
para traer personajes de novela que cocinan, sueños de música, imágenes expuestas
en la noche extraviada. Jóvenes que son corazón y que también son hambre; y
nosotros, los que no bailábamos, ocultos en el esqueleto del patio, haciendo de
las tripas, de toda el hambre, literatura. Cocinando en frío un corazón. Y,
ajena a todo cuanto de verdad pasa, la campaña. En la diagonal, este León en pelea
por el voto. Mucha hambre y mucho corazón.
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