En
la Plaza de Regla, en el balcón de la Fundación Sierra Pambley, en una de esas
mañanas de sol que deslumbran las vidrieras de la catedral, hay una pancarta
que nos recuerda que hoy es el Día Mundial de la Salud Mental.
Siento
que no debería decir mucho más. Solo eso, que es el Día Mundial de la Salud
Mental y que ayer, en una mañana preciosa de sol, vi una pancarta que lo
recuerda. Sentí que toda esa belleza de la catedral hacía abstracción del enjambre
de turistas y de abnegados leoneses trabajadores o paseantes. La perfección del
momento escondía todo lo que pudiera arañarme. Pese a todo, una sombra —no
sabría decir de dónde ni por qué— cubría algún rincón inadvertido.
Más
abajo, en la oscuridad de la Plaza de San Martín, un batallón de camiones se
ocupaba del reparto a los bares, mientras la sirena de una alarma —eran las
nueve y media de la mañana— se despertaba a gritos esperando la llegada de la
persona encargada de apagarla. Cajas y cajas de cerveza apiladas en una
carretilla esperaban el momento de entrar en los almacenes con la docilidad
propia de lo inerte, esa docilidad contagiosa a personas y cosas que llegará
cuando el frío esté ya en los cristales de los botellines. Apreté el paso,
dejando atrás la caverna, como en el símil de Platón.
En
el Día Mundial de la Salud Mental, el verbo que se me ha venido a la cabeza es
el verbo “fallecer”; no en el sentido usual de “morir”, sino en el menos usado
de “carecer y necesitar de algo”, porque veo la enfermedad como una carencia y
una necesidad a la vez: carecer y necesitar es lo que nos genera esa falsa
sensación de culpabilidad a los enfermos, una culpa de la que nos debemos
liberar. Sé que va en grados, sé que no a todos nos pasa. Te concedo todas esas
objeciones, pero yo sé que ese “fallecer” culpabiliza y es un poco sentirse
morir, dejarse morir, abandonarse a esa suerte. Lo he visto especialmente en
enfermos depresivos, que encima tienen que soportar que todo el mundo les diga
que se animen, algo que los mata definitivamente. A nadie que le duele una
muela le decimos que se ponga a masticar. El problema de la salud mental es ese,
que nos cuesta reconocer su carencia y su necesidad. No reconocerse en la
enfermedad —física o mental— es fallecer.
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