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viernes, 29 de septiembre de 2017

Cachas y tatuados. (En Hoy por Hoy León, 29 de septiembre de 2017)

Hay un pasaje del Banquete de Platón que explica el modo en el que el alma se eleva hasta la contemplación de la belleza en sí a través de la experiencia sensible de las cosas bellas. Desde lo más carnal, hasta lo más descarnado. Desde lo impuro, hasta lo inmaculado. Cuando habla de las cosas bellas, se refiere en primer lugar a los cuerpos bellos, como primer eslabón de la cadena que conduce a la belleza misma, porque esos cuerpos bellos, a pesar de su impura encarnación, su despreciable materialidad, participan de esa belleza ideal inalcanzable para los sentidos, esa belleza que está más allá de la sensibilidad.

Pero eso son cosas de filósofos. Es más, eso son cosas de filósofos antiguos. Supongo que algo así deben pensar los muchachos de los conos, las muchachas vestidas de tangas. Ya sabes, esos que salen en el vídeo viral de las novatadas en la Universidad de León. Son muchachos y muchachas hechos para el deporte, esculturas vivientes que se formarán en la escuela de INEF y que se convertirán en profesionales de la preparación física. Las cosas de hoy. Cuerpos duros, firmes, trabajados. En la mayoría de los casos, no estoy seguro si también los del vídeo, cuerpos decorados por tintas simbólicas; cuerpos dibujados en el gimnasio repletos de estampas de fantasía, de nostalgia, de reverencia. A veces decoración, sencilla y pulcra decoración. ¿Quién no quiere un esclavo cachas y tatuado por unas semanas?

Esto de las novatadas es viejo como la propia universidad —habla con el Buscón Don Pablos y pregunta—. Solo que también es viejo como el mundo el sacrificio de inocentes y no por eso nos parece que sea aceptable. Quiero decir que esa juerga de cuerpos desnudos en el escenario no debería alarmarnos por su impudicia, creo yo. La clave de la alarma debería estar en la subasta, en el hecho de que los nuevos estudiantes puedan ser esclavos de otros por alguna extraña razón que a cualquier razón escapa, aunque sea una broma, aunque sea por voluntad propia, aunque sea por unos días. En la base de la idea de las novatadas está quizá —aunque mi profesor de antropología lo negara— la tradición de los ritos de paso, esa costumbre primitiva de realizar ceremonias o actividades que simbolizan el paso de la niñez a la edad adulta. Es verdad que, en nuestra sociedad moderna, estas novatadas no tienen lugar cuando los individuos adquieren la madurez sexual, algo que ocurre en los ritos de paso de las sociedades primitivas. Por otro lado, es dudoso decidir si se constituyen o no las llamadas “aldeas de edad”. Quizá la universidad se convierte en una aldea separada de la sociedad, con sus propias reglas y sus propias estructuras. Parece que mandamos a nuestros jóvenes a cazar al lobo al bosque y no los volvemos a recoger hasta que traen el máster en el zurrón. Otra cosa es lo que después este mundo mileurista haga con lo que han cazado.


Sean o no un rito de paso, hay que terminar con las novatadas. Nadie puede justificar semejante costumbre bárbara solo por la tradición, aunque los nuevos alumnos digan que se divierten, aunque lo hagan de forma voluntaria, aunque se lo pasen en grande haciendo el ganso por el campus o enseñando tableta y tatuaje. No sentirse vejado no anula la vejación. Si hay que montar una fiesta, que lo hagan, pero que eliminen esa idea de esclavo y señor.

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