Hay
un pasaje del Banquete de Platón que
explica el modo en el que el alma se eleva hasta la contemplación de la belleza
en sí a través de la experiencia sensible de las cosas bellas. Desde lo más
carnal, hasta lo más descarnado. Desde lo impuro, hasta lo inmaculado. Cuando
habla de las cosas bellas, se refiere en primer lugar a los cuerpos bellos,
como primer eslabón de la cadena que conduce a la belleza misma, porque esos
cuerpos bellos, a pesar de su impura encarnación, su despreciable materialidad,
participan de esa belleza ideal inalcanzable para los sentidos, esa belleza que
está más allá de la sensibilidad.
Pero
eso son cosas de filósofos. Es más, eso son cosas de filósofos antiguos.
Supongo que algo así deben pensar los muchachos de los conos, las muchachas
vestidas de tangas. Ya sabes, esos que salen en el vídeo viral de las novatadas
en la Universidad de León. Son muchachos y muchachas hechos para el deporte,
esculturas vivientes que se formarán en la escuela de INEF y que se convertirán
en profesionales de la preparación física. Las cosas de hoy. Cuerpos duros,
firmes, trabajados. En la mayoría de los casos, no estoy seguro si también los
del vídeo, cuerpos decorados por tintas simbólicas; cuerpos dibujados en el
gimnasio repletos de estampas de fantasía, de nostalgia, de reverencia. A veces
decoración, sencilla y pulcra decoración. ¿Quién no quiere un esclavo cachas y
tatuado por unas semanas?
Esto
de las novatadas es viejo como la propia universidad —habla con el Buscón Don
Pablos y pregunta—. Solo que también es viejo como el mundo el sacrificio de
inocentes y no por eso nos parece que sea aceptable. Quiero decir que esa
juerga de cuerpos desnudos en el escenario no debería alarmarnos por su
impudicia, creo yo. La clave de la alarma debería estar en la subasta, en el
hecho de que los nuevos estudiantes puedan ser esclavos de otros por alguna
extraña razón que a cualquier razón escapa, aunque sea una broma, aunque sea
por voluntad propia, aunque sea por unos días. En la base de la idea de las
novatadas está quizá —aunque mi profesor de antropología lo negara— la
tradición de los ritos de paso, esa costumbre primitiva de realizar ceremonias
o actividades que simbolizan el paso de la niñez a la edad adulta. Es verdad
que, en nuestra sociedad moderna, estas novatadas no tienen lugar cuando los
individuos adquieren la madurez sexual, algo que ocurre en los ritos de paso de
las sociedades primitivas. Por otro lado, es dudoso decidir si se constituyen o
no las llamadas “aldeas de edad”. Quizá la universidad se convierte en una
aldea separada de la sociedad, con sus propias reglas y sus propias
estructuras. Parece que mandamos a nuestros jóvenes a cazar al lobo al bosque y
no los volvemos a recoger hasta que traen el máster en el zurrón. Otra cosa es
lo que después este mundo mileurista haga con lo que han cazado.
Sean
o no un rito de paso, hay que terminar con las novatadas. Nadie puede
justificar semejante costumbre bárbara solo por la tradición, aunque los nuevos
alumnos digan que se divierten, aunque lo hagan de forma voluntaria, aunque se
lo pasen en grande haciendo el ganso por el campus o enseñando tableta y tatuaje.
No sentirse vejado no anula la vejación. Si hay que
montar una fiesta, que lo hagan, pero que eliminen esa idea de esclavo y señor.
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