Lo
que importa es mantener siempre la ficción. Lo decía un profesor a propósito de
una clase que le costaba mucho controlar. Decía, “he descubierto que el modo de
salir adelante es mantener siempre la ficción, porque yo sé que esto que hago
no es dar una clase; mis alumnos saben que esto que hacen no es participar de
una clase; pero mantenemos entre todos la ficción de que es una clase y si por
el camino alguien aprende algo, eso que llevamos ganado”. Yo no creo en este
modo tan funcionalista de ver las cosas. Me parece que el objetivo no puede ser
que la cosa funcione o que por lo menos parezca que funciona. Creo que en la
vida no se trata de conseguir que la cosa marche. En la vida se trata de vivir.
No
obstante, a pesar de mi reticencia, tengo que darle la razón al profesor. Esta
vida que llevamos no es más que un modo de mantener la ficción, sobre todo la
ficción principal, es decir, esa que nos hace creernos inmortales. Mantenemos
la ficción insensata de que mañana cuando nos despertemos seguiremos pisando el
mismo suelo que pisamos cada día. Mantenemos la ficción cruel de que no ha
muerto nadie en el terremoto de México, porque no ha muerto nadie conocido
directamente por nosotros. Mantenemos la ficción indecente de que no nos afecta
el dolor de los demás. Y lo hacemos porque sabemos que es el único modo de
sobrevivir. Esto que parece una clase no es una clase, pero mantenemos la
ficción de que lo es y si alguno se harta de la ficción y se marcha, no se va
por su propia voluntad: se va porque el profesor lo expulsa.
Cuentan
de un viejo profesor leonés de artes marciales que hace algún tiempo tuvo la
oportunidad de recibir en su gimnasio a un gran maestro oriental. En aquel
encuentro, este viejo profesor del que te hablo, haciendo valer su grado alto
de preparación, le pidió al maestro que hiciera una demostración. El maestro
solo dio una patada, aparentemente sin gran esfuerzo. El profesor leonés
mantuvo la ficción de que no había pasado nada. Cuando se retiró para cambiarse
y descubrió el enorme moratón que le cubría todo el pecho, se dijo a sí mismo:
“pero no grité”. Esa es la clave a la hora de mantener la ficción, agrupar todo
el dolor que uno es capaz de soportar en un solo moratón y hacerlo apretando
los dientes, sin la necesidad de gritar. No sé si sirve de algo. No sé si eso
de mantener la ficción mientras la cosa funciona es operativo y nos lleva a la
felicidad. Creo que es más un modo de eludir la realidad. Fíjate que no hago
ningún juicio, solo pienso que nos movemos en este marasmo de ficciones que
entorpece la verdad, si es que eso de la verdad existe.
Es
como Larry David en la película de Woody Allen: hay que lavarse las manos
cantando dos veces cumpleaños feliz para asegurarse de que la cosa funciona. La
superstición es la ficción más humana desde que el mundo es mundo. Vuelvo a
decirte que no hago juicios. No voy a meter en este saco las creencias o las
pasiones de cada uno, aunque se podría. Vamos a hablar claramente de lo oculto,
vamos a hacer un simposio que lo desvele. Más allá de la ficción de cada uno,
ese desvelamiento, esa aletheia, ese descorrer el velo de lo oculto y sacarlo a
la luz es el único modo de alcanzar la verdad. Habrá que ver qué ficciones
aguantan y cuáles se desmoronan, pero será simple curiosidad.
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