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viernes, 22 de marzo de 2013

Dolorosa. (En Hoy por Hoy León, 22 de marzo de 2013)



“Se ha tenido que ir a Perú. No me duele que se vaya, porque mi hijo ya anduvo por medio mundo, que fue mochilero en China y se recorrió media Europa. No me duele que se haya ido. Lo que me duele es que se haya tenido que ir”. Me lo contaba el miércoles la madre de un ingeniero, un muchacho de veintitantos años que se ha tenido que marchar para poder trabajar, uno más de esos nueve mil y pico que dice el INE que han dejado la provincia de León para irse a vivir fuera de España en los últimos dos años. Y aquí se queda la madre que tanto se esforzó para que su hijo tuviera una educación, para que conociese mundo, para que se formase como ingeniero y como persona. Aquí se queda con un asomo de lágrimas en los ojos explicando cómo son las cosas al otro lado del Atlántico. “Un caos, Rafa, un caos, que me dice mi niño que no hay ni semáforos, que el agua del grifo no es potable, que los que tienen dinero la compran en los supermercados, pero a los pobres no les queda más remedio que hervirla para poderla beber”

Pero el ingeniero no se ha ido solo. Ha buscado un sitio en Lima para que se pueda ir con él su novia, que es médico. Un ingeniero y una médico. Dos personas sólidamente formadas. Una inversión que hemos compartido todos con sus padres que se irá a dar fruto al otro lado del mundo. Las abuelas tendrán que ver, con dolor, los vídeos de YouTube de los primeros pasos de sus nietos, aprenderán lo sagrado del momento Skype para poder asomar la nariz a través del espejo del portátil y atisbar un poco de lo que hubieran debido disfrutar aquí. Este es el mundo que hemos construido. Y no es tan malo. Sé que la situación es dolorosa para la madre que siente que ha perdido a su hijo, que no podrá disfrutar de sus nietos, pero este mundo ya no se entiende si no es así. Sabemos que, aunque ahora mismo la mayor preocupación de muchos es saber si esta noche podrá salir la Dolorosa o si se tendrá que quedar como el año pasado al resguardo de la lluvia, los problemas del mundo son globales y nadie en su sano juicio se plantea una acción sin contemplar su globalidad. Por eso creo que mi amiga tiene todo el derecho a llorar, como una madre dolorosa, la ausencia de su hijo emigrado a la fuerza de la crisis, como creo que todo lo que ese ingeniero leonés aporte al modo de hacer las cosas en el Perú contribuirá de algún modo a que haya más personas que puedan beber agua potable, sin tener que hervirla. Esa es la idea del mundo global, la vieja idea utilitarista de que cualquier acción del ser humano debe ir dirigida a aumentar el grado de felicidad general que hay en el mundo. No es ya el tópico piensa global y actúa local. Es la fantasía de que el profesor que enseñó a hacer derivadas a un ingeniero que hoy se lleva a su novia médico a Perú ha contribuido a la mejora de las condiciones de vida de muchas personas. Eso, claro está, si no vienen por en medio cuatro listos que se lo llevan crudo, se montan el chiringuito financiero en una isla del Caribe o en una del Mediterráneo y allá que se las den todas a todos, que el mundo está hecho para los listos y no para los soñadores.

Eso es lo que debe enfurecernos. Esa es la verdadera espada que atraviesa el corazón del dolor. Si es así, si nuestro esfuerzo solo contribuye al enriquecimiento de cuatro listos, entonces sí que no vale la pena que mi amiga sufra el dolor de conocer a sus nietos por fotografía.

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