Hace apenas un rato, a eso
de las diez de la mañana, ha habido un encuentro en un Instituto de Educación
Secundaria de las afueras de León entre senadores de nuestra provincia y un
grupo de alumnos y alumnas del centro. El motivo ha sido recordar que el día
seis, aunque cayera en sábado, fue un día especial y, como todos los años, se
celebró el día de la Constitución. No vamos a entrar en el qué del asunto, si
la muchachada se ha portado bien, si los senadores han estado o no aburridos o si las preguntas del debate
han sido interesantes, sino que preferiría que pensáramos sobre el porqué,
sobre la necesidad de que tengan lugar este tipo de actos.
Siempre que escucho la
palabra Senado me acuerdo de los romanos y me imagino los estandartes de las
legiones avanzando imparables por un mar de conquistas. Me figuro aquellas
siglas recortadas en oro sobre un fondo granate, el Senado y el Pueblo de Roma
apareciendo triunfantes sobre las cabezas de todo bárbaro circundante. La
civilización venciendo inexorable a la barbarie. La sofisticada filigrana de las
siglas bordadas en la tela del imperio arrasando poblados, colmando esta tierra
nuestra de castañas, acueductos, calzadas, baños, glorias, alcantarillado, minas
de oro, leyes, poesía, teatro, teatros, circo, música, mosaicos, estrategia
militar, orden y concierto. Imágenes del éxito de la razón y del derecho, con
la ayuda inestimable de las máquinas de guerra, sobre la estampa bucólica de
aldeuchas de chozas redondas con techos de paja. Sí, el Senado y el Pueblo de
Roma extendieron la civilización, la ingeniería, el refinamiento cultural, la
ley.
Hoy no distinguimos así. Hoy
decimos que el Senado no es algo distinto del pueblo, porque en nuestra
sociedad no hay esa distinción entre patricios y plebeyos que obligaba a los
romanos a separarlos. Hoy sabemos que el poder es exclusivamente del pueblo,
que no hay más poder que la Soberanía Nacional y que el pueblo delega ese poder
en las Cámaras de Representantes, por lo que el Senado no es como el Senado
Romano, aunque a alguno pudiera parecerle. Y por eso los representantes del
pueblo, elegidos en las elecciones, sienten de vez en cuando la necesidad de
seguir algún programa institucional para acercarse a la realidad del pueblo y
esa es la clave del asunto que nos ocupa, que, como resulta que en la urna del
Senado, la vida se ve pasar a través de un filtro de metacrilato y leyes,
suelos enmoquetados y paredes forradas de maderas, conviene de vez en cuando
salir de la torre de marfil e ir un poco más allá del coro de los grillos que
cada tarde recuerdan a sus señorías por qué les han votado o por qué han sido
elegidos para aparecer en una lista de posibles candidatos. El mundo existe, el
mundo del pueblo existe y el Senado se acerca a él para saber si tiene fiebre,
si estornuda, si está bien arropado.
Me parece bien. Menos es
nada. La pena es que me imagino que la primera página de todos los informativos
de hoy en León será para la vuelta a la vida en libertad de Marcos Martínez y
esta iniciativa de los senadores de conocer un par de centros educativos de la
ciudad pasará más desapercibida que la fugaz visita de Míster Marshall en la
película de Buñuel. Y las castañuelas estarán pendientes de cómo el anterior
Presidente de la Diputación administra sus silencios y cómo dobla los pliegues
de la manta, por si hay que mirar por dónde empiezan los tirones.
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