El fin de semana pasado estuve celebrando la muerte de
una persona de mi familia especialmente querida para mí. Sé que digo celebrar
la muerte y solo el hecho de conectar esas dos ideas, muerte y celebración, te
producirá un respingo de rechazo, porque la muerte es angustia y duele, porque
es luto y es pérdida, porque asusta, pero hay ocasiones en las que la muerte,
por mucho que la pena hiera, es celebración y es gozo. Lo dice Bremón, uno de
los personajes de Jardiel Poncela en Cuatro
corazones con freno y marcha atrás: “Morirse es un acierto estupendo.
Morirse es vivir. Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De
igual modo que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse”. Es
un poco filosofía barata, si se quiere, pero suena muy bien. Lo que cuenta,
desde este lado de la Laguna Estigia, es naturalmente la vida, lo que uno es
capaz de hacer con su vida. El término “aprovechar” aplicado a la vida me
resulta difícil de digerir, aunque comprendo que no hay muchos otros que se
puedan aplicar aquí. Quizá tendríamos que acudir, como casi siempre, a los
griegos y hablar no tanto de “aprovechar la vida” como de vivir una “vida
buena”. Morirse es vivir cuando se hace al final de una buena vida, y eso es lo
que hizo este familiar mío tan querido, esta persona de quien te hablo.
La última frase que tuvo para mí, cuando él ya sabía
que se estaba muriendo fue: “una vida sin amor no vale la pena”. Quizá esa es
la mejor herencia que me deja, saber que una vida sin amor no merece ser
vivida. Quizá más allá de toda su historia, desde aquellas fotos con todas las
banderas del Régimen hasta los últimos días abanderando la lucha por la
igualdad, por la justicia social, por la dignidad de los más pobres, es esta reflexión
sencilla lo que le coloca en el altar en el que se asientan los tronos de todos
los hombres y mujeres buenos. Eso y haber sabido amar y reconocer el amor que
otros, especialmente su hermana y su cuñado, pusieron siempre en él.
Cuando volvía para León este domingo pasado, todo en
la radio eran noticias sobre la muerte del seguidor del Deportivo de la Coruña,
una muerte tan distinta, tan idéntica en lo esencial, pero tan distinta, que no
tuve por menos que reflexionar sobre ese hecho, sobre la curiosa condición de
víctima de quien podría haber sido perfectamente el victimario, sobre el
extraño modo en que la vida nos saca de una patada en el momento más
inesperado. Y la reflexión me conducía por el camino de que en ese extraño
pulso que es la civilización, pura tensión entre salvajismo y socialización,
entre competencia y cooperación, está triunfando el lado más salvaje, aunque
sea disfrazado de ejecutivo de traje y corbata, que no hace falta ir vestido de
neonazi por dentro y por fuera para representar ese lado salvaje del ser humano
que triunfa en el fútbol y no sólo en él. “No pienses, vive”, me recetaron como
medicina contra la tristeza. Se me hace difícil no pensar. Me cuesta cerrar los
ojos.
Me tomaré una píldora de Amancio Prada contra la tristeza.
Voy a celebrar la muerte escuchando de su voz las Coplas de Jorge Manrique, tan
callando, apartando un tiempo para el silencio, como él ha apartado un tiempo
para estar mañana con ASPRONA Bierzo y recibir el premio Solidaridad 2015,
tanto por su colaboración directa con la asociación, como por el carácter
solidario que ha demostrado en su carrera.
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