El martes acompañé en una
visita a ASPACE a tres muchachos que
querían conocer el mundo de los niños con parálisis cerebral. Mientras ellos hacían
una entrevista al director, yo me había quedado en el pasillo y una de las
maestras que trabajan allí me invitó amablemente a tomar un café. Ella es
fumadora, por lo que nos salimos del edificio y tomamos aquel café sentados en
un alféizar, en un lugar protegido del viento, cerca de la entrada principal.
El sol de la mañana dibujaba un paisaje de confort entre nosotros y la calma
del momento se coló en la conversación. Te lo cuento porque hablamos del modo
en el que trabajan allí con esos niños tan especiales, sí, y nos detuvimos a señalar
el hecho de que todas las personas que trabajan allí están contentas mientras
hacen su trabajo, por mucho que a nosotros nos pueda parecer algo tan duro. De
todos modos, enseguida la conversación derivó hacia nuestros propios hijos y
estuvimos hablando del modo tan especial que tiene cada uno de ir buscando su
propio sitio en el mundo.
Hay quien se pasa media vida tratando de saber cuál es su
lugar en el mundo y, una vez que lo encuentra, se siente incómodo en él. No, no
me malinterpretes, no lo digo en relación con la tragedia de Germanwings, esa
incomodidad no tiene por qué convertirte en una persona tan enferma. Es más, la
mayoría de las veces es una incomodidad liviana, fácil de llevar, quizá por la
convicción secreta de que no vale la pena buscar un lugar en el mundo distinto
al que se ocupa, porque nunca se podría conseguir. El lugar de cada uno es
exactamente ese en el que está, de la misma manera que el tiempo nos coloca
siempre en este instante de ahora que, para colmo, ni siquiera existe. Hay un
cuento muy hermoso que habla de un campesino que quería conocer la madera de
sándalo y escribió cartas a sus amigos en todo el mundo para que le enviaran
muestras de esa madera tan preciosa sin saber que el lápiz con el que les
escribía estaba hecho con ella. Ya. Me vas a decir que si nos conformamos no
nos movemos, no transformamos las cosas, y tienes razón, pero aquí ya no hay
más lugar que buscar que ese en el que te encuentras cómodo, como aquel
rinconcito del martes en el que le dimos una vuelta de oro al miedo con el que
los adolescentes inteligentes se abren al mundo de los adultos.
Y pensaba cerrar el artículo haciendo un paralelismo con el
gesto político de la confección de listas, pero no me quedan muchas ganas de
enredarme en eso, porque, además es un chiste fácil, que todo el mundo sabe que
en esos codazos por estar en la lista puede uno ver reflejada esa etapa de la
adolescencia, esa búsqueda incierta del lugar propio en el universo que es la
relación de candidatos. Lo bueno que tienen estas listas es que, como decían
los conductores de autobús, “al fondo hay sitio” y los puestos de salida se
cubren con los nombres de primeros espadas, pero los de abajo, son solo para
los muy fieles, esos que saben que no serán elegidos, pero que quieren ofrecer
su nombre al partido para completar la candidatura. Pero ya te digo que no me
quedan ganas, que la noticia de ayer de Torre del Bierzo o la terrible tragedia
de la semana, son esas cosas que le hacen a uno pensar si verdaderamente estar
o no estar en el mundo tiene que ver con lo que uno elige.
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