De chicos, cuando había un eclipse, utilizábamos los negativos de
los carretes de fotografía o ahumábamos un cristal para mirar al sol. Como ya
hace tantos años que todas nuestras fotos son digitales, nos hemos quedado sin
verlo. Nadie tiene película en su casa, aunque cada casa pueda ser una
película. Lo de ahumar el cristal lo teníamos a mano, pero las autoridades nos advirtieron
que no se debe observar el sol directamente, que para ver el eclipse lo mejor es
que lo proyectemos o que utilicemos sistemas homologados. Es lo que pasa
siempre, que se nos pide que no miremos directamente a las cosas, que busquemos
subterfugios para hacerlo, porque mirar directamente a la verdad puede causar daños
irreparables.
Es una sensación que he tenido al asistir a esos acontecimientos
que llamamos “de masas”, digamos un partido de fútbol del máximo nivel o un
concierto de alguna superestrella. A veces se pasa uno más tiempo mirando a las
pantallas que directamente a lo que pasa y también ocurre que después nos vamos
a internet o a la televisión para ver la imagen de lo que ya hemos visto, en
una especie de reafirmación de la realidad a través de lo que queda en los
medios de comunicación. Lo veo también en los viajes: turistas tomando imágenes
sin parar. En ocasiones solo vemos el monumento que hemos ido a visitar a
través del visor de la cámara y luego, en lo que nos queda en la memoria, pero
no en la memoria propia, sino en esa memoria prestada que se almacena en el
disco duro del ordenador. Y se nos olvida que, cada vez que tomamos una imagen,
recortamos la realidad y dejamos a un lado lo que queda fuera del encuadre.
Pero eso es inevitable. Siempre recortamos la figura sobre un fondo difuso para
evitar la angustia de los límites del cuadro, cuando nos enfrentamos
directamente a la realidad.
A esta hora ya hace rato que el eclipse ha terminado. No sé si has
podido verlo, pero no te preocupes, ya hay miles de sitios en internet que te
lo muestran y en las noticias tendrás las mejores imágenes. Puede que hasta nos
enseñen cómo se ha visto en las Islas Feroe. No me digas que no te resulta
apasionante. No me digas que no has apreciado su alteración. Si tan importante
es el sol para la vida, ¿cómo no nos va a afectar que se esconda tras la luna?
Ya sabes que, desde siempre, los eclipses nos han atrapado por su magia. Me
imagino a Tales de Mileto diciéndole a sus paisanos que el sol se iba a ocultar
y a estos muriéndose de risa al oírlo y después de miedo al comprobar que tenía
razón. Dicen que ese eclipse tuvo lugar en mitad de una batalla y que los
contendientes, ante el temor de que lo que ocurría fuese una advertencia
divina, decidieron acordar la paz. Hoy no hay paz por el eclipse. Al contrario,
la convulsión es cada vez más intensa, pero hay tantas realidades que se
escapan del marco de nuestra mirada que nos parece que todo sucede como debe
suceder y hasta nos creemos que eso que estamos viendo recortado en imágenes es
la auténtica realidad. Me gustaría pensar que todo este revuelo de listas y de
nombres es porque en los partidos están buscando a los mejores, pero creo que
no vienen por ahí los tiros, que ni el secretismo de Silván, ni la apuesta de Ciudadanos
por la derecha o los movimientos ondulatorios del PSOE por la izquierda
persiguen encontrar personas que sepan mirar de frente lo que es la realidad. Esa
realidad a la que podemos mirar directamente sin temer a la ceguera.
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