No es lo mismo que yo lo
diga, porque yo no tengo esa gracia andaluza de mi prima, y seguro que a ti no
te parece tan divertido, pero había que verla, con esa risa tan deliciosa con
la que se toma cada sorbo de la vida diciendo “nada, aquí estamos, triunfando
como el Avecrem”. Y es que esta Semana Santa ha sido esto, un triunfo detrás de
otro, al menos es lo que dicen las cifras, si medimos el éxito en términos
económicos. Claro que puede que esto te suene muy irreverente y me digas que no
se puede medir un sentimiento tan profundo exclusivamente en base al número de
visitantes, a los porcentajes de ocupación hotelera o al espectacular gentío
que abarrotaba los bares un día cualquiera de estas fiestas. ¿Has visto el vídeo
de las veinticuatro horas de la calle Ancha condensadas en un minuto? Impacta
el río de gente que se mueve, la acumulación en los momentos en los que pasan
las procesiones, el flujo de la luz ajena a lo que ilumina.
Me dejas que cuente entre
los éxitos el abrazo de mi amigo Quique, la alegría con la que me dijo que su
madre todos los viernes escucha esta columna, la enorme humanidad de su
presencia castigada de ese modo tan injusto por el capricho de la enfermedad.
Pero aquí estuvo también, “triunfando como el Avecrem”, sosteniendo entre los
dedos su valor, afrontando con pasión otro Calvario. Es curioso cómo nos señala
el azar, colocándonos en fotografías que nunca habríamos soñado. “Esto es como
aquello de dónde está Wally”, decía mi prima. “Me pasó en el rocío, que a las
diez tenía que estar trabajando en Sevilla y a las siete llevaba las riendas de
una calesa en Almonte, porque las cosas se enredan y terminas confundiéndote
con todo lo que se mueve junto a ti”. “¿Dónde está Wally?”, en el Rocío. “¿Dónde
está Wally?”, en la calle Navas de
Granada. “¿Dónde está Wally?”, en la Plaza Mayor de León el Viernes Santo por
la mañana.
Estas aglomeraciones que
tanto nos gustan han sido el síntoma del triunfo de la Semana Santa, algo que
se aleja de la intimidad del sentimiento religioso, por no hablar de los litros
de limonada o de otras manifestaciones profanas que ponen de mal humor a los
hosteleros, ya que, según ellos, favorecen el botellón. No sé, la verdad, me
resulta difícil entender este tumulto. “¿Dónde está Wally?”, en el Genarín. Ese
abigarramiento de imágenes que había en las ilustraciones de Handford permitía camuflar
al protagonista. ¿Será esa una forma de explicar lo que nos gusta de todo este
jaleo? Eso es lo que nos gusta, sí, que nos confundimos en la uniforme multitud.
Nos desaparecemos, para aparecer luego triunfantes bajo el peso de un trono, en
el marco de una mantilla, a la luz de un hachón. Triunfando como el Avecrem,
pavoneando un plumaje de oropel, a veces rico enjoyado, en el acto de sacar a
la calle una fe que en muchos casos no existe. Perdona que diga esto que
pienso, pero es que si los que participan en las procesiones fuesen los
domingos a las iglesias, tendrían que multiplicar las misas, cosa que ya se ve
que no sucede. Que conste que no hago ningún juicio de valor, que solo hago
números, como decíamos al principio. Y los números dicen que esta Semana Santa
hemos triunfado. Y hemos triunfado por los números grandes y por los pequeños.
A mí, más que el de litros de limonada, me ha gustado mucho ese tan pequeño,
ese que recoge los dramas, el de las víctimas mortales en accidentes de tráfico,
un número que, por fortuna, tiende a cero.
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