No sé si las seguirán
vendiendo. Hace algunos años se podían comprar en alguna tienda de recuerdos
para turistas unas latas que contenían supuestamente aire de León. Tengo que
confesar que me compré una. No creas que no me da un poco de vergüenza
reconocer que me dejé atrapar por la superchería, sobre todo porque me dio por
pensar que quizá lo que había dentro de la lata fuese aire de un sitio
cualquiera, quizá León, pero quizá cualquier otro lugar en el que se hubiese
cerrado. Venía decorada con una estampa del gallo de San Isidoro. Me resultó
simpática esa idea de atrapar el aire, de poder llevarlo encerrado hasta
Albacete, a Milwaukee o a una aldea de la Prefectura de Kyoto y soltarlo allí.
Claro que, enseguida se da uno cuenta de que está haciendo el primo, que en realidad
está tirando unas monedas en algo que no tiene ningún valor. Ni siquiera como
recuerdo, creo. No sé cómo lo ves tú. Casi te diría que esto mismo es lo que se
nos lanza desde hoy, con toda la fuerza del poder de la política, contra
nuestra inteligencia. Se nos lanza aire enlatado de León, aire de
Villaquilambre, de Astorga, de Cistierna, aire de monte y de páramo, aire
contra la inteligencia. Tal vez no aire del todo puro. Puede que humo. Sí,
puede que se nos venda humo enlatado en forma de promesa electoral y nosotros
lo compremos y lo llevemos de recuerdo y lo pongamos un domingo en una urna de
cristal para quitarle el polvo de cuando en cuando. Es como en el cuento de
Faulkner en el que el asesino se pone en evidencia por una voluta de humo
atrapada en una cajita. En realidad no hay nada.
He estado hablando con
muchos candidatos de los que no salen en los carteles. Personas cuyos nombres
aparecen en la cola de las listas. Gente que no busca notoriedad, que solo
quiere echar una mano para apoyar unas ideas que cree que le representan. Es la
gente que debería ganar las elecciones. Me fijaba hace un rato en la primera
rosa, una rosa de un rosa perfecto, escondida entre las espinas, arrancando un
trazo de color sobre el fondo verde de las hojas de ese viejo rosal que siempre
me enseña las primeras rosas de la temporada. Un rosal obstinado. Dedicado a
florecer cada primavera, sin fallar ni un solo año a su promesa de flores. Me
gusta pensar en esas personas que siempre ofrecen su lado más colorido a cada día,
las personas que afrontan cada dificultad con la sonrisa encendida en la
mirada. Y es curioso que esas personas, que con tanta ilusión hacen las cosas,
no estén en los primeros puestos de las listas y dejen ese escaparate a los
profesionales. Es curioso, porque luego estos profesionales nos traerán el aire
enlatado del que hablaba. Eso en el mejor de los casos, cuando no se trate
simple y llanamente de humo, puro humo que se escape entre los dedos del
electorado.
Creo en el poder de los
héroes del anuncio de los coches, esos héroes anónimos que hacen que todas las
cosas funcionen, creo en la magia de los que consiguen que un niño crezca sano
y aprenda a entender el mundo. Me convencen esos hechiceros que ponen en marcha
la marea de utensilios que nos facilitan cada segundo de la vida. Admiro a
quien sabe detener el instante doloroso en el que alguien se aparta a un lado
porque su tiempo se ha acabado. Voto por ellos, por todos esos que, estén o no
en las listas, saben que el aire enlatado no es aire y que entre las espinas de
un rosal siempre hay un hueco preparado para la belleza. No sé si sabes que ya
estamos en campaña.
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