Hay veces que la verdad te
llega como en un disparo. Me encanta cuando me pasa, porque me doy cuenta de
que, cuando eso ocurre, es porque mi mente ha suspendido su actividad. Quizá la
forma más sencilla de comprenderlo es hablando de lo que se ha llamado
“pensamiento ajá!”. Martin Gardner escribió un libro muy divertido sobre el
tema. Un libro que te recomiendo y que se llama “¡Ajá! Paradojas que hacen
pensar”. En él explica algo que ya me dijo mil veces mi profesor de latín, que
los problemas que no somos capaces de resolver hoy debemos encerrarlos en un
cajón y olvidarnos de ellos, de manera que, al volver a enfrentarlos al cabo
del tiempo, lo normal es que se resuelvan en un golpe de vista o que hayan
dejado de ser problemas. Y la verdad es que bien pocos son los que persisten.
Anoche me contaban una
historia lejana, la de una mujer ya mayor que se agarró a su bolso y se escapó
de su día a día, emprendió un camino cualquiera y se refugió del calor de este mayo
atípico en un lugar en el que nadie podría encontrarla. Nadie salvo su propia
muerte. Ya ves. Lo curioso es que no me produce tristeza un suceso semejante.
Más bien me da por pensar que es un triunfo. Cuando analizo las circunstancias
comprendo que es un suceso horrible, triste y doloroso. Eso es lo que me dice
mi mente. En cambio, visto desde la intuición estratégica del “¡ajá!”, ese acto
de voluntad liberadora es un triunfo.
Al hilo de la idea del
triunfo, me han hablado estos días de un muchacho que es mago y que se dedica a
pasar por los hospitales de Madrid haciendo magia a los niños enfermos de
cáncer. Lo he asociado con el triunfo. Dice este mago que antes le preocupaba
mucho ganar dinero, tener éxito, triunfar para vivir bien y resulta que ahora,
desde que está yendo a los hospitales, esto ha dejado de ser un problema para
él, porque ahora entiende que lo único que importa, lo único que realmente
valora, es la vida, porque dice que es lo único que tiene que realmente vale la
pena. Es el mago Alberto. Y claro que sé que no es novedad que haya magos
solidarios. La novedad es esta manera de entender el éxito, este enfoque de la
idea del triunfo, porque una de las primeras cosas que uno tiene que aprender
para poder ser feliz es que las pérdidas son positivas. Las enfermedades no son
problemas, son armas que nos da la naturaleza. Iba a decir armas para crecer,
pero ahora hay varias palabras que, por lo menos hasta que no termine la
campaña, son difíciles de usar. El infinitivo da mucho juego, porque a veces
viene de un mal uso del imperativo. Creced se convierte en crecer, trabajar
viene de trabajad y hacer, bueno, no sabría bien decir qué es lo que podemos
hacer. Y es que es curioso esto de los infinitivos, que también el PSOE lo trae
a la espalda con su “Gobernar para la mayoría”. Y es que, en el fondo, el
infinitivo esconde un cierto carácter imperativo. Lo he visto en la foto de
Silván, esa en la que está con las manos abiertas como queriendo dar una
explicación. Cuando lo ves al pasar, parece el gesto de un pistolero, el gesto
que hacíamos cuando niños y jugábamos a policías y a ladrones y nos
disparábamos con el dedo. Creo que es un gesto desafortunado a pesar de la
calidez y la bondad que se respira en la foto. ¿Cómo serían estos políticos de
niños? ¿Le gustarían al niño Silván los trucos del mago Alberto?
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