La política está enmarañada,
quien la desenmarañará, el desenmarañador que la desenmarañare, buen
desenmarañador será. Uno se niega a pensar que la democracia sea solo un juego
de palabras o una sopa de letras. Fíjate que ayer por la tarde, hablando con
una niña adolescente y con su madre, se nos coló en la conversación un pasaje
de Platón, ese en el que se habla de que el “camino recto del amor, ya se guíe
por sí mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas inferiores y
elevarse hasta la belleza suprema”, hasta alcanzar la belleza en sí, el
conocimiento de lo bello en sí mismo, descubriendo la belleza en todo, desde
los cuerpos bellos, a las bellas ocupaciones y de éstas hasta las bellas
ciencias. La verdad es que no soy yo muy de Platón, pero en esto del amor sí
que anduvo fino y quizá El Banquete sea uno de los libros más recomendables
para acercarse a la filosofía por primera vez. Es preciosa la explicación de
cómo andamos buscando a nuestra otra mitad, pero no te voy a dar muchos
detalles de eso, que ya te lo sabes.
La candidatura estaba
enmarañada y ahora se desenmarañó. Yo preferiría seguir hablando del amor,
porque el amor es lo único que queda cuando cerramos la puerta de nuestros días
y es algo que ya sabemos, que una vida sin amor no merece la pena ser vivida. Y
sin embargo ponemos el foco en otras cosas. Inventamos historias sobre nosotros
mismos para hacernos más interesantes, para parecer más altos nos ponemos
alzas, nos colocamos fajas para parecer más flacos, hasta nos creemos tener
títulos que nunca hemos conseguido, como nos pasa a los del atleti, que nos
creemos que fuimos campeones de Europa dos veces aunque solo fuera unos minutos.
Por eso las cosas se enmarañan. Se mezcla realidad y ficción, se funde teatro y
locura, como en una representación de Marat – Sade, ese momento entre las
butacas en el que el único cuerdo es el observador que ama su silencio y deja
que las palabras se le claven como cuchillos en el corazón. Uno del público. El
Público. Vuelta a jugar con las palabras en la sopa de letras de la política y
convertir Marat – Sade en Sadat Maraña, ficción, realidad, literatura.
Hace nada nos ha estado
contando Paz Brasas de su Teófilo. Yo cuando veo en mi imaginación la belleza
de las bestias de la catedral, me doy cuenta de que son personajes de
DreamWorks, que tienen la fuerza de las cosas bellas, que están a un paso de lo
que decía Platón, bien lejos de la maraña de empujones por aparecer en lo más
alto de las listas. Pobre Platón con su utopía de una República ideal
construida sobre la base de la educación de cada uno según su alma, si viera
las filigranas para encajar los nombres adecuados. Es Lagarto, apoyado en el
muro, llorando. ¿Pero una escultura de piedra puede llorar?
A veces pasa. A veces pasa
que la cosa se enmaraña y luego se desenmaraña. Y el silencio de la piedra se
vuelve música y hay un niño que quiere que su padre lo lleve a ver una calleja
que no existe, todo porque lo ha leído en un libro editado con un gusto
exquisito, ilustrado con genio y escrito con toda la belleza del amor por las
cosas, la gente, la infancia. A diferencia de los que se inventan a sí mismos
para crecerse, los hay que hacen cosas y las hacen valer. Las listas ya
empiezan a estar listas y veo que en ellas no hay ni un abrigo de paño rojo, ni
una bufanda de punto.
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