Así es que resulta que León
es una ciudad fría. Ya sabes. Parece ser que la Agencia Estatal de Meteorología
dice que en León hay una temperatura de entre dos y seis grados más fría que la
que realmente hay. Yo creo que a la mayoría nos da igual, grado arriba grado
abajo. Quiero decir que no me parece que el cliché de que León es una ciudad
fría vaya a desaparecer porque midamos de otra manera la temperatura.
Lo que dicen los expertos que debe contar es
la sensación térmica, no el frío dato que señala el termómetro. Me gusta esta
idea como punto de partida para la reflexión. No es el hecho lo que importa, el
dato registrado por una escala previamente convenida, sino lo que sentimos, la
sensación que ese hecho medido tan precisamente nos puede provocar. ¿Y cómo
medimos esa sensación? ¿Acaso no es esa una cuestión subjetiva? ¿Cómo vamos a
poder ponernos de acuerdo sobre una escala de sensaciones térmicas si cada uno
tiene una experiencia única y privada de lo que siente? En general vale decir
que cada uno tiene una experiencia de cada una de las cosas que componen la
realidad, cada uno de los aconteceres que escriben la historia. Lo hermoso es
componer una verdad intersubjetiva, desde lo que cada uno siente, sabiendo que
eso es algo privado e imposible de comunicar. Eso evitaría muchos casos de
invasión del territorio del otro y resolvería situaciones en las que el
hablante no transmite lo que quiere decir, aunque los otros crean entenderlo.
He aprendido muchas cosas en
los libros. Yo soy, como decía Enrique, el practicante de mi pueblo, uno de
esos tontos adulterados por el estudio, pero he aprendido desde muy pequeño que
en cada uno hay una sensación respecto a todo lo demás que es personal, tan
personal que no es intercambiable, ni tan siquiera puede ser objeto de
comunicación. Por eso hay que aprender a escuchar al otro, aprender del otro.
Esto me lo enseñó una persona muy querida, otro de esos tontos adulterados por
el estudio, pero uno que tuvo además la fortuna de ver mundos diversos. ¿Te
imaginas un marinero nacido en un pueblo del corazón de La Mancha? Date cuenta
de lo que te estoy contando. Te estoy hablando de un hombre que nació en medio
del desierto de La Mancha y que vivió media vida embarcado, cruzando el Atlántico
en barcos de toda clase. Barcos mercantes, barcos transatlánticos que eran
palacios flotantes sin la masificación de los actuales cruceros. Imagina las
sensaciones de un muchacho de un pueblo manchego que abre los ojos en Nueva
York, en Uruguay, en el cóctel de un lujoso crucero de los años cincuenta.
Imagínate lo que me ha enseñado en cientos de conversaciones insaciables sobre
lo divino y lo humano. ¿Y dices que la gente igual no viene a León porque el
hombre del tiempo dice que hay dos grados menos de los que realmente hay? No te
creo. Yo que he visto el horizonte en los ojos de este marinero, te digo que el
que tiene que ir va, sea la sensación térmica que sea. Me cuenta mi madre que
les trajo por primera vez al pueblo un recipiente de plástico y les pareció una
cosa de magia, como les parecieron cosa del demonio unas revistas con anuncios
demasiado atrevidos para la época, como les parecieron cosa de ricos aquellas
telas tan finas, tan delicadas, telas que nunca habían podido tocar, otras sensaciones.
Como la del tacto en la piel de los muslos de esas prendas que trajo por
primera vez al pueblo el marinero, las medias de cristal.
¿La sensación térmica?
Ahora yo quiero creer que la que diga el termómetro de la farmacia.
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