En
el Bar de Sergio, en Méizara, a media tarde, hay una partida de cartas que se
juega al margen del tiempo. No sé decirte si es al bridge o al cinquillo a lo
que se juega, me inclino más por lo segundo, pero eso no tiene ninguna importancia,
porque lo que se aprecia al abrir la puerta es esa sensación de tiempo detenido
en la que tanto nos gusta mecernos. Y te señalo que es a media tarde, cayendo
en una inconsistencia aparente, para situarte a propósito en un momento
impreciso del día. Un momento vago en el que se aplazan los quehaceres del
huerto y de la casa.
Te
hablo del tiempo detenido para referirme a esa experiencia de la vida al margen
del reloj. Me pasa en algunos sitios, que todavía no sé decir si es que los
relojes de la pared están parados o es que el tiempo se detiene para poder
vivir con intensidad absoluta todo lo que ocurre. Pero el tiempo detenido es
también la muerte. “Hasta aquí tus pasos, desde aquí tus obras”. Hay una línea
en medio, precisamente la línea que separa el tiempo del no tiempo. La línea
que separa tus pasos en la vida de las obras que quedan en tu historia. Está
escrito al lado de la puerta del cementerio de Méizara. Quizá tendría más
sentido si la inscripción estuviese colocada en el suelo, justo en la puerta,
en el lugar en que hemos convenido colocar la entrada al universo sin tiempo.
Pero me gusta conversar mirando al reloj de la pared que mantiene clavadas sus
agujas en el mismo punto de encaje con las cosas desde que hemos empezado a
hablar. En el banco de la entrada del cementerio, dos rosas de papel
abandonadas y desde allí, un camino entre maizales que deja a la izquierda el
corredor verde hasta Mozóndiga. Una plantación de avellanos y los fortificados
de paleras en las zonas más húmedas, alrededor de las huertas. Un camino
enganchado al cielo, como cualquiera de estos que se andan por el Páramo, un
camino para entrar en el tiempo por el único punto que es posible: ahora.
No
me invento la experiencia del tiempo sin tiempo. La recordamos todos de cuando
éramos niños, de cuando el columpio de los días se colgaba en las ramas de la
tarde y nos dejábamos las rodillas en la tierra de las eras o en el cemento de
la plaza. ¿A quién le he oído decir hace nada que ser niño era no tener
rodillas? Y este es el punto, el ahora por el que se cuela la actualidad. No sé
si lo sabes, pero me gusta, antes de sentarme a escribir este artículo, mirar
en la web de Radio León las noticias del día y, a veces, bucear por alguno de
los temas de la semana. Anoche me tropecé con la noticia del alijo de
chocolate. No de hachís, sino de chocolate Lindt, bombones Ferrero Rocher,
tabletas de turrón Suchard y Lacasitos. Y resulta que era la noticia más
visitada a esa hora de la noche en la que yo miré la página. ¿Ves? El tiempo
detenido, el interés del mundo colgado en la merienda, y es que, entre todas
las noticias del día, la que más nos llama la atención es esta del robo del
chocolate, porque nos devuelve a un tiempo sin fisuras. Si te fijas bien en la
foto del alijo, al fondo se ven unos estuches de Avecrem, como diciendo que la
vida necesita un pellizco de caldo, un extra de sabor artificial para añadir al
chocolate. Y la prueba de que no todo es dulce son las latas de atún que
aparecen en primer término. Es una mezcla como la de esta campaña electoral
navideña que hoy empieza, competencia feroz entre reclamos del voto y luces de
colores.
Cómo me gustaría recuperar aquel tiempo en el que es auténtico todo lo
que sucede. Un tiempo sin fisuras.
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