La
noticia es que “la roja” vuelve a León. Así dicho, descoloca a cualquiera. En
cuánto ves las fotos te das cuenta de que esa roja que viene es la selección
española y que eso que tanto importa es el fútbol. Claro que es estupendo para
la ciudad que venga la selección. Saldremos por la tele y es que, como se decía
en León Deportivo esta semana, estamos de moda. “Será por el AVE”, dijo alguien.
Será por eso o porque hay instituciones deportivas y políticas que están
favoreciendo que esto suceda. Y eso es bueno. Ya hace tiempo que sabemos que el
pulso de la ciudad late con el turismo. Por eso es importante estar de moda, y
por eso es una noticia, casi tan buena como la de que la roja viene al Reino de
León, la de que se va a poner en marcha la reforma del Museo de San Isidoro,
aunque no tenga tanta repercusión mediática. Tengo que confesarte que de todos
los lugares hermosos que hay en León, para mí no hay ninguno tan especial como
el Panteón de los Reyes. Siento que en esa pequeña cripta, envuelto en esas
maravillosas pinturas, late el corazón de la historia del Reino. Y, cada vez
que bajo allí, percibo sus latidos.
Esas
pinturas son como el pericardio del corazón del león y esa imagen de la sangre
bombeada desde la cripta me devuelve a la idea de la roja y recuerdo aquel once
de junio del año pasado en que todavía no habían ocurrido tantas cosas y me
parece que este año que ha transcurrido es una brecha en el tiempo tan sangrante
que va a ser imposible de restañar. Y eso que, cuando me paro a pensarlo,
entiendo enseguida que todos los años pasan muchas cosas, que todos los años
hay atentados, escándalos políticos, terremotos, migraciones, desastres de toda
clase. Todos los años, en lo personal, mudamos la piel sin darnos cuenta y nos
convertimos en lagartos extraños a nosotros mismos. Lo que pasa es que hay
mucha gente que anda estos días con tensión en el pericardio. Me lo describía
un amigo: “tengo arritmias, angustia, presión en el pecho, yo creo que tengo
tensión en el pericardio”, me dijo. Y sí, andamos con el pericardio a cien. Así
es que hay que tomar distancia de las cosas y olvidarse del color rojo de la
sangre y buscar el rojo en otras cosas. Mira por ejemplo el rojo de las
amapolas que han crecido en el andén de la estación. De la antigua estación, ya
sabes, la de la calle Astorga, que sigue luciendo su belleza esperando a ver
qué hacemos con ella y que aprovechando que llega la primavera se decora de
amapolas. Mi cuerpo es una locura de amapolas, dice, y se sobreentiende que
está ahí para que la disfrutes. El rojo
de la sangre, con la muerte, se transforma en rojo de amapolas, en azul de
malvas, en amarillo de retamas, en vida que se extiende desde el suelo.
Te
lo cuento porque hace unos días se murió Carlos Romero uno de los hombres que
más se preocupó por otro de los grandes tesoros de León, su riqueza natural y
paisajística, un doctor en flores, como lo bautizó Trapiello y, hablando con su
hijo, me quedé con una frase que vengo repitiendo. “Tengo más nostalgia que
tristeza”. ¡Qué cosas! Eso es justo lo que me pasa, que tengo más nostalgia que
tristeza. No por la muerte del padre de mi amigo, que esa nostalgia le
corresponde a él, sino por ese pericardio sano y fuerte que tuvimos algún día.
A ver si cuando venga la roja a León nos inventamos otra moda, que esa de
silbarle a Piqué ya está pasada y, aunque sea septiembre, podremos conservar en
el alma esa locura de amapolas.
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