Como cada vez creo menos en
la casualidad, me he pregunto si tendrá algún significado extra el hecho de
que, esta semana, dos de las noticias de mayor repercusión en los medios hayan
tenido como protagonistas a dos conductores leoneses. ¿No te parece curioso que
fuera un leonés el que se bajó del tren en Osorno y que también lo fuera el que
conducía, permíteme la licencia, el camión de Rosa Valdeón?
Sobre el segundo, solo
quiero decirte que me encanta el modo en el que explica que tampoco fue para
tanto. Me encanta la claridad con la que se expresa. Me doy cuenta de que
muchas veces me enredo en mis pensamientos y me pierdo en palabras que me
cuesta digerir, en construcciones falsamente engoladas que me hacen vomitar
cuando las descubro, como esta misma que estoy elaborando ahora y que avanza
por el papel sin decir nada de nada. En cambio, la contundencia del conductor
del camión es solemne. No es para tanto y, si es verdad que Valdeón tiene que
dimitir por esto, otros muchos deberían dimitir por cosas mucho peores. Al pan,
pan y al vino, vino.
Y del primero, en cambio,
habría que decir muchas cosas. Solo conozco del hecho lo poco que he podido
leer ayer en el periódico, es decir, que un maquinista leonés decidió no seguir
conduciendo el Alvia porque había llegado al límite de horas de conducción
continuada y que dejó en la estación de Osorno a un centenar de pasajeros que
tuvieron que esperar un buen rato para que les llevasen a sus destinos. Me
importa poco si el error es de Renfe o del maquinista. Solo te quería hacer
reflexionar un momento sobre el carácter poliédrico de las consecuencias de
nuestras decisiones. Me imagino al maquinista valorando su decisión kilómetros
antes de llegar a Osorno, cuando ya se da cuenta de que no debe seguir al
frente del tren. Tiene sobre sí un gran peso, una responsabilidad con dos
caras, la de llevar sanos y salvos a los pasajeros a su destino y la de
llevarlos a tiempo. ¡Cuántas veces nos encontramos en situaciones semejantes! ¿Cuántas
veces te has dado cuenta de que hacer lo que debes conlleva un riesgo tan
grande que pones en peligro precisamente ese mismo hacer lo que debes? La vida
entera es un círculo vicioso en el que debes vivir para poder dejar de hacerlo.
Así es que, si en un momento dado hay que bajarse del tren, yo creo que es
mejor hacerlo, hayas avisado o no, causes un perjuicio a la compañía y a los
pasajeros o no.
Cuando viajaba a Ponferrada
con mi amigo Fernando todos los días en un tren que salía muy temprano de León,
nos pasábamos el viaje charlando en el vaivén de las vías y repasábamos el
mundo, pero en algunos momentos en los que el tren se paraba, se quedaba quieto
en mitad de la nada y se callaban todos los sonidos con un estridente chirrido
de frenos, nosotros nos mimetizábamos con el ambiente y nos callábamos también,
no fuera a ser que hubiera ocurrido algo malo y en mitad de nuestras chácharas
no pudiéramos enterarnos. El tren era como zambullirse fuera del tiempo, como
bucear en un paréntesis de la vida. Por cierto, que bucear, lo que se dice
bucear, como dice mi amigo el buzo, es sumergirse en el silencio, ese silencio
que nos unía al frío de Brañuelas cuando conspirábamos contra el mal.
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