“¿Qué es la crema de
naranja?”, le preguntó a la camarera que le acababa de recitar de corrido la
lista de los postres. Ella le sonrió amablemente y le dijo: “lo mismo que la
crema de limón, pero con naranja”. Al cliente no le pareció mal. Al contrario. Encajó
la broma con estilo deportivo, como quien encaja un siete a uno y sale del
campo tan contento, con la sensación de haber ganado, así es que eligió la
crema de naranja y siguió conversando con su colega. Se veía que eran compañeros
de trabajo y estaban analizando los pros y contras de una operación
comercial. No estaban vestidos con el típico uniforme de guerra de los
ejecutivos, sino que tenían un aspecto normal, de personas normales, como somos
normales todos los que somos normales.
Ya me ves venir, ¿verdad? Es
que esto de ser normal me parece un poco delicado. Sí, porque estábamos
hablando el viernes pasado de una atrocidad, hablábamos de lo que nos habían
contado y fíjate que yo te decía que no me parecía que fuera bueno que la
víctima hiciera aquellas declaraciones. Te decía que me ponía en su piel y
sentía su dolor. Y sigo pensando que la atrocidad existe, que la crema de
naranja es lo mismo que la crema de limón, pero con naranja, que el hecho de
que la policía haya descubierto que fue ella misma quien simuló la agresión
obviamente sitúa la cuestión en otro escenario, pero sigue siendo más de lo
mismo, sufrimiento innecesario, absurda violencia. No tengo ni idea de qué es
lo que puede haber pasado en todo esto, no comprendo por qué alguien puede
llegar a simular algo así. Imagina el grado de distanciamiento de la realidad
que alguien debe tener para llegar a hacer eso. Es crema, es lo mismo, es
violencia, es dolor. Es crema de autolesiones en lugar de crema de agresión,
tal vez crema de odio, crema de simulación, crema de engaño. Y ese despliegue
morboso de la idea del pegamento en el que caímos todos, alentados por aquella
forma de airear los detalles más escabrosos de la ahora descubierta como falsa
agresión, nos deja a todos con un palmo de narices. Aunque no del todo, porque
todo aquello que dijimos sigue valiendo bajo el supuesto de que estuviésemos
comiendo supuesta crema de naranja, porque somos gente normal y es a la gente
normal a la que le pasan estas cosas.
Y te digo más. Aquellos dos
colegas de trabajo que encajaron sin pestañear la guasa de la camarera, se
tomaron su crema de naranja como si fuese crema de limón, saboreando cada
cucharada del mismo modo en el que habrían saboreado una crema del néctar más
delicioso, pero podían estar simulando, podrían estar aparentando ser gente
normal y no serlo, porque detrás de cada detalle mínimo de la vida se esconde
una historia entera, quizá una historia de auténtico terror. Quizá en el fondo
de todo esto que comentamos del pegamento solo exista eso, inseguridad, miedo,
pánico o tal vez venganza fría. ¿Quién lo puede saber en este estado de cosas?
A mí lo que me sobrecoge es
pensar que eso le pasa a la gente normal, que un día la mirada se sube a los
raíles del desvarío y uno se cree que sigue siendo una persona normal mientras
se come una crema de limón que no es tal, una crema que pudiera ser, ponte por
caso, igual que la crema de limón, pero de torreznos. Y es que las gafas de ver
el mundo como gente normal son, en ocasiones, engañosas.
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