Hoy te traigo un número de
juegos malabares con tres palabras: fundido, difundido y confundido. Ya sé que
el tema debería de ser el modo de conseguir entradas para el partido del
miércoles, pero para eso ya tienes una guía en la web de Radio León que te
explica todos los vericuetos. Eso sí que son juegos malabares. Ya verás cómo el
miércoles es una fiesta el Reino de León y todo el mundo disfruta de la noche
como de una de esas grandes noches de gala en las que parece que el mismo aire
que respiras va vestido de largo y lleva lentejuelas. Poco importa que seas o
no del Madrid. Si puedes y te gusta el fútbol vas a ir o lo vas a intentar y
vas a emocionarte con esa sensación tan especial de los días de magia.
Te sentirás confundido en la
masa, fundido con los demás, difundido a todo el planeta formando parte de ese
rostro sin máscara que es el público. Esa manera de estar, de dejar de ser uno
para ser la masa, produce una psicología diferente del comportamiento humano.
Lo hemos visto con los hooligans polacos en su versión más cafre, pero sabes a
qué me refiero, porque ese sentimiento colectivo, ese fundirse, confundirse,
difundirse en la masa, provoca en ocasiones un bienestar que genera adicción.
Ya lo hemos hablado más veces. Las grandes concentraciones de personas alteran la
percepción de la realidad. Goebbels lo sabía muy bien. A veces esa impunidad de
masa se extiende después al comportamiento ordinario y nos comportamos en
pequeños grupos como jamás nos comportaríamos a nivel individual. Es lo que te
contaba de los polacos el martes.
Y, en muy pocas ocasiones,
pero muchas más de las que deberíamos permitir, algunos se dejan cegar por lo
que les van contando a su alrededor y se transforman ellos en un subproducto de
la masa y entonces se convierten en salvajes capaces de las peores atrocidades.
Y dan rienda suelta a su frustración, a su dolor o a su sencilla incapacidad
para aceptar la realidad y cometen las peores tropelías, apoyándose en una
supuesta situación de superioridad. Esa falsa percepción de la realidad no les
exculpa, porque se asienta sobre la creencia de que el otro, la otra en este
desgraciado asunto, es un objeto de su propiedad. Ya sé que hay grados en todo
esto del maltrato, que es muy difícil saber decir en dónde empieza el maltrato,
porque damos por buenas muchas maneras de relacionarnos que suponen agresiones
encubiertas. No es una puñalada, pero, cuando decimos “mira qué pinta llevas,
pareces yo que sé qué”, ya estamos traspasando la frontera de lo admisible.
Quiero decir que es una barbaridad lo que ha pasado esta semana. No obstante,
no sé si necesitábamos conocer todos los detalles. Tampoco tengo claro que fuera
bueno que la víctima hiciera declaraciones. Me pongo en la piel de esa mujer
tan despreciablemente vejada y agredida. Es importante la visibilidad, cierto,
pero, ¡qué dolor! ¿No te parece?
Hay que difundirlo. Lo sé.
Pero me siento confundido. Fundido con ella, para volver a los malabares del
principio. No hay disolvente suficiente para separar el modo en que mi dolor se
pega al de ella. Pero no sé si hacía falta que estuviese en el foco de todos
los medios. Con lo que nos había contado su abogada era suficiente. La masa
necesita un buen rodillo para estirarse y amasarse y hay que darle duro para
que luego se convierta en pan, eso está claro. ¡Ojalá que el miércoles disfrutes
del partido!
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