El
hecho de que el Parador de San Marcos ya no ostente la categoría de Gran Lujo
me lleva, ya te lo puedes imaginar, a pararme a pensar en qué es eso que pueda
llamarse lujo y, una vez descubierto en qué consiste, intentar saber cómo se
alcanza a lo grande, más que nada para poder saber qué es lo que se ha perdido,
porque otra cosa es decidir si eso del lujo es algo importante, algo que merezca
la pena perseguir.
En
principio veo que “lujo” es algo que puede uno permitirse o no, es decir, que
no está al alcance de cualquiera y que para aquellos que lo tienen a su alcance
es optativo, en el sentido de que tiene un punto de “me da o no me da” por la
cosa del lujo. Cuentan de Amancio Ortega que hubo una época en la que se le
podía ver en la playa de Silgar como un bañista más, que le gustaba estar allí
sin más lujo que el de estar en una playa de la Ría de Pontevedra, aprovechando
esa idea falsa de que en bañador todos somos iguales. Ignoro si la anécdota es
verídica y me imagino que en el modo en el que debe vivir ese hombre
actualmente le será bastante incómodo ponerse en bañador al lado de todo el
mundo. Quizá sea ahora un lujo para él pasar desapercibido entre la gente y
poder tomar el sol en la playa tumbado en la toalla como un paisano más. ¿Acaso
no es un lujo tomarse un vermú en el Húmedo sin que nadie te señale? Quiero
decir que son cosas de las que algunos ya no pueden disfrutar. Imagínate a Brad
Pitt en la barra de un bar tomándose una morcilla con un permanente, “que no
hombre, que no soy yo, que es que me parezco mucho a mí mismo”.
Un
gran lujo es poder hablarte y que me entiendas. A veces dejamos de lado lujos asiáticos
que no puede ofrecernos ningún Parador. ¿Con qué puede pagarse el lujo de que
alguien te diga que siempre que quieras te ofrece un oído que te escucha?
Asociamos el lujo con lo inalcanzable, con lo que es caro. Ropas, muebles,
casas, coches, viajes de lujo. Y empleamos en sentido figurado la expresión
“estar de lujo”, “tener un amigo de lujo”. No sé si te acuerdas de aquellas
artistas americanas que se nos colaban en el salón de casa para anunciarnos un
jabón que era la materialización del lujo. Lux, se llamaba, el jabón de las
estrellas. Todavía Lux se anuncia de ese modo. Hace anuncios con las estrellas
de Bollywood y acaba de lanzar en Japón la campaña de un champú con Scarlett
Johansson y Hatsune Miku, abundando en esa idea deleznable de la mujer como
objeto. Mujer de lujo, jabón de lujo.
Lo
que sucede es que una pastilla de jabón puede ser efectivamente un lujo. Cuando
veo las imágenes desoladoras de los destrozos del huracán en Haití, pienso que
es un lujo vivir en Florida aunque ese mismo huracán haya arrasado tu casa,
porque no son las mismas condiciones. Y pienso que es un lujo vivir en León
cuando me doy cuenta de lo que significa perder tu casa en un huracán, por
mucho que sea un lujo el sol de la Florida en estas tardes plomizas de otoño.
El lujo es una cuestión de medida y de necesidad. Para ti puede ser un lujo lo
que para mí es algo cotidiano y al revés. Pensamos que el lujo tiene que ver
con lo superfluo, con lo que no es necesario y eso que yo sé que es un lujo tan
grande hablar contigo y que me escuches, que empiezo a ver en ello la plenitud
y la abundancia que se promete bajo su definición.
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