Es
una canción de Carole King. Habla de un cielo que se derrumba. Dice más cosas.
Dice la cantante que siente la tierra moverse bajo sus pies. Son sentimientos
conocidos. Un cielo que se derrumba. La tierra moviéndose bajo mis pies. He
tenido esa sensación de pérdida de control y, cuando eso sucede, cuando creo
que tierra y cielo desaparecen, me descubro como una salamandra, aferrado y
camuflado en la pared, porque hay un lugar intermedio, un punto que no es ni
cielo ni tierra en el que estoy seguro,
separado de toda la red de inseguridades que se teje a mi alrededor. Cuando era
más pequeño, era capaz de hacerlo literalmente. Ahora me resulta imposible
vencer la gravedad y caigo al suelo como un torpe pingüino que se tambalea en
su pedazo flotante de hielo camino de la deriva más insensata, pensando que esa
isla mínima flotante es un refugio entre el suelo y el cielo, un estante en el
mar.
Ser
pingüino o salamandra es optar por una verticalidad ocre o blanca, un cielo mar
o un suelo arena, pero es engañarse en todo, porque en la letra pequeña del
contrato de la vida no nos explican que el hielo y el sol son la misma cosa, ni
nos dicen que verano e invierno se vencen en las mismas bisagras. Verano
salamandra. Pingüino invierno. Date cuenta de que estás con todos los agobios
del mes de enero, todas esas cuentas que no terminan de crecer y crecer, con
gastos con los que no contabas que se van sumando a los excesos de días pasados
y todo se revuelve en una resaca de toses y fiebre que te lleva de cabeza a una
cama cruzada en una habitación de hospital. Y te sientes agarrado a la pared
como una salamandra, fijo con ventosas de invierno que se pegan al muro para no
caerte en un suelo que se derrumba como si fuera el cielo ese del que habla
Carole King. O te sientes pingüino tentetieso arrastrado por el hielo que se
deshace con el calor del cambio climático, navegando en el río helado que ha
dejado de ser glaciar y es esa tierra que tiembla, como la de la canción.
La
letra pequeña del contrato de la vida no dice cuándo hay que abrir las plantas
que estaban cerradas en los hospitales. No nos explica que la gripe llega antes
de tiempo sin avisarnos, sin dejar que nuestro cuerpo herido, salamandra y
pingüino, se reponga del susto de la cuenta de la tarjeta de crédito. Pero hay
una pared a la que agarrarse para evitar la caída del cielo, un suelo firme en
el que resbalar por el hielo sin temor al temblor de la tierra. Es un espacio
en el que habita la poesía. No te dejo que vacíes de versos los hospitales. No
te dejo que limpies de música los días de ensueño de la luna llena. No te dejo
que todo sea gripe o esa enfermedad de la que hablas, esa enfermedad que te
obliga a aparcar el vuelo libre de tus palabras.
¿Qué
vamos a hacer contigo? Sabes la tempestad que has desatado con lo que has dicho,
que se hace poesía solo porque eres tú quien lo dice y eso que ya explicas que
no te lo esperabas. Ser poeta. Ser joven. Ser leonesa, o de Ponferrada, como
quieras. Ser salamandra o pingüino. Ser tormenta. Estar entre un cielo que se
derrumba y una tierra que tiembla destapando el sonido brutal de tus poemas.
Hay más poesía que tristeza. Los hospitales están llenos de gripe y de otras
muchas amenazas.
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