Déjame
que te haga una pequeña confesión: cuando escribo estos artículos para el
viernes me siento al ordenador con una idea difusa en la cabeza de lo que te
quiero contar y, para traerla al papel, en contra de lo que dice la teoría, lo primero
que hago es escribir el título. Y hoy acabo de escribir esta línea como título:
nunca falta nadie.
Tampoco
estoy seguro de que eso sea verdad, te confieso. Que nunca falta nadie es una
afirmación muy severa, porque enseguida sabemos decir los nombres de todos
quienes nos faltan, porque los tenemos siempre con nosotros, pero, de algún
modo, ese tenerlos con nosotros, aunque no sea físicamente, es una manera de
hacerlos presentes, de evitar su ausencia. Nunca falta nadie, siempre estamos
quienes debemos estar. Y sobre todo, siempre estás tú. Date cuenta de que, en
todo lo que sucede, siempre estás tú presente y esa presencia lo mancha todo,
lo determina, hace que nada sea como sería si tú no estuvieras. Es como eso que
decimos de las partículas subatómicas, que se modifican por el hecho de que
haya un proceso de observación que les afecta. Lo mismo pasa con nosotros,
funcionamos como el electrón que bombardea la realidad y hace que se deforme
con su mirada. Te decía hace algunos viernes que debemos intentar librarnos de
la mirada del otro y hoy me paro a reflexionar sobre el modo en el que mi
mirada modifica las cosas que miro, porque yo siempre estoy presente en todo lo
que pasa, en todo lo que me pasa.
Y,
hablando de mirar, el fin de semana pasado estuve en Cuenca. No es que me
pusiera mirando a Cuenca, es que estuve allí y te lo cuento porque, eso de
estar “mirando a Cuenca” dio mucho que hablar. De hecho, fue lo primero que le
preguntamos al taxista que nos llevó de la estación al hotel. Lo bonito fue lo
que nos dijo hablando de la ciudad, cuando una compañera le preguntó por lo que
había que visitar. Dijo: “no, si aquí no hay nada especial, solo que el centro
se conserva tal y como era en la Edad Media; cuando hace falta arreglar alguna
casa, se hace conservando lo que había”.
Ya ves, una
tontería. Yo sé que no es del todo verdad, que la ciudad no se mantiene
exactamente como era en la Edad Media, pero el taxista dice que es así, porque
siente que es así, porque ha convivido con esa idea de respeto al patrimonio.
Yo no soy quien para escribir sobre esto. Primero porque no tengo todos los
datos y, desde luego, porque personas con opinión mucho más respetada que la
mía lo han hecho. Escribir sobre la Plaza del Grano después de leer los
artículos que se han publicado sobre ella y que puedes leer en la web de la
Plataforma, sería un atrevimiento por mi parte. Por eso te hablo de Cuenca, de
cómo tienen ese sentimiento de estar conservando lo mejor de sí mismos. Y, a
mí, la Plaza del Grano me parece algo de lo mejor que tenemos en León. Entiendo
los argumentos del Ayuntamiento, pero no los comparto. Creo que una actuación
transformadora, por mucho que facilite la vida a los vecinos, no es oportuna en
este caso, porque debe primar una acción conservadora. Nunca pensé que diría
esto sobre algo, porque siempre he pensado que los movimientos transformadores
nos conducen a la felicidad más que los movimientos conservadores, pero, en
este caso, conservar la Plaza como es, vale más que transformarla.
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