De
Trobajo del Cerecedo a Vilecha solo hay que atravesar una autovía. Me imagino
que hubo un tiempo en el que el camino iba recto, hasta que se hicieron las
vías del tren. Quizá las curvas son de toda la vida, de cuando se trazaban las
carreteras siguiendo a un burro que buscaba, al parecer, el mejor camino
posible. Siempre me ha encantado esa historia, que imagino falsa, de un burro
deambulando por el campo para señalar el camino correcto.
Hablando
de educación este miércoles con familias de Vilecha, Ribaseca, Armunia y otros
pueblos de esa zona volvió a salir la idea de que para educar a un muchacho
hace falta toda la tribu y decíamos que solo eso podría explicar las
diferencias que se observan entre el modo de ser de las personas de unos y
otros pueblos, más allá de las curvas de los caminos o de las autovías o de las
vías del tren. Y hablamos de la necesidad de abordar la cuestión de la
educación con metodologías diferentes a las que se vienen usando desde siglos y
que todavía hoy perduran, como puede ser la clase magistral, aunque se imparta en
pizarras digitales. Es verdad que lo que funciona no debe cambiarse y que si
obtenemos tan buenos resultados en el informe PISA, debemos estar contentos. Lo
que creo que nos puede nublar el juicio es aferrarnos a ese dato y encerrarnos
en las anteojeras del asno aquel que usaban para trazar caminos y no ver que la
educación entendida como mera instrucción no tiene ya sentido en el mundo del
siglo XXI, un mundo que nos ofrece en internet tutoriales para hacer una tarta
de manzana, para construir una maqueta de un barco dentro de una botella o para
resolver una integral por cambio de variable. La clave no está en saber, sino
en comprender, sentir, imaginar, utilizar eso que se sabe y saber dónde buscar
lo que no se sabe. En el universo de los satélites GPS no podemos acudir a un
rucio para que nos guíe.
Vuelvo
a hablarte otra vez del modo de ser de la gente de Vilecha. Ya lo hice tiempo
atrás con motivo de la muerte de una mujer joven y hoy tengo que repetirme.
Vuelvo a decirte que estas cosas suceden, que estos dramas nos enfrentan a lo
que somos y muestran cómo hemos sido educados. Y el martes, cuando hubo que
despedir a una mujer muy joven en Vilecha, ahí estaba la tribu: enseñando a los
muchachos. Sé que esto pasa siempre que muere alguien joven. Nos rebelamos
contra lo que no nos parece natural, del mismo modo que asumimos la muerte de las personas mayores con
dolor y con pena, pero con la facilidad del curso normal de las cosas. Eso que
nos gusta llamar la normalidad. Por eso, ante las situaciones que nos
sobrepasan, tratamos de encerrarnos en una nube de normalidad. Encerrados en
normalidad, saturados de normalidad, privados de todo sentimiento por el peso
de la normalidad.
A veces, conviene escaparse de la normalidad y
hacer cosas diferentes. Las flores que llegaron a la Iglesia de Vilecha para el
funeral no se quedaron en una tumba: se repartieron por todos los rincones del
cementerio, en panteones de amigos y familiares, en las tumbas de los vecinos.
Hacer cosas diferentes es conseguir resultados diferentes. Para educar a un
muchacho hace falta la tribu, pero una tribu que no lo ahogue en normalidad
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