Así es que resulta que
hay colonias de ratas. Al PSOE de León le han hecho llegar quejas muchos
vecinos de diversos barrios por la presencia de ratas en la ciudad y, en muchos
casos, a plena luz del día. Claro que las hay. La rata es un animal con muy
mala prensa; yo creo que porque la asociamos con suciedad, con enfermedades,
quizá directamente con el fracaso, el abandono o la muerte. Hace poco he leído
que es un mito la idea de que las ratas transmiten la peste bubónica, que
parece ser que ellas no son el problema, sino que el vector de transmisión de
la enfermedad son las pulgas. Eso sí, las pulgas de las ratas. Por eso podemos
decir sin miedo al error que tienen muy malas pulgas. Si estiramos la metáfora,
vemos que sí, que hay muchas ratas por ahí sueltas y que, por lo general,tienen
muy malas pulgas, pero yo, afortunadamente, nunca he visto una de esas.
Pero no todo el mundo
tiene un mal concepto de ellas. Hay personas que las tienen como mascotas y las
cuidan, las limpian; les ponen nombre. No sé el grado de fidelidad de la
mascota rata. Me imagino que no llega ni a un dos por ciento de la fidelidad de
la mascota perro, pero quizá los dueños de mascotas poco habituales no buscan
en ellas fidelidad o compañía. No veo, por ejemplo, cómo alguien puede sentirse
acogido por una boa o por unaiguana, por mucho que se coma los insectos del
jardín. Y sin embargo hay quienes tienen mascotas de ese estilo y no es como
aquella moda de los caimancitos que hubo en Nueva York que ha hecho de las
alcantarillas neoyorquinas uno de los lugares más peligrosos del planeta.
Aunque quizá este sea otro mito.
Yo sé que una vez tuve
pececitos naranjas en una pecera redonda y se fueron por el desagüe del lavabo
mientras les cambiaba el agua. Me imagino que serían alimento de alguna rata o
que se pudrirían en el sifón del cuarto de baño. Uno de ellos se llamaba
Estulticia y le escribí un cuento, un cuento que se ha perdido y que estará
escondido entre los folios de apuntes de aquellas noches interminables de
filosofía y Miles Davis y sueño y radio y, a veces, aire fresco en la ventana.
Te juro que no los dejé escapar, se me fueron en un despiste. No es como esos
americanos ricos que se compraban la cría de caimán y la tiraban por el inodoro
en cuanto crecía un poco y se ponía a dar problemas.
No sé si es un problema
de salud pública que haya ratas por las calles. Lo que me sobrecoge es ese
aviso de alarma, esa manera de decir que se permiten el lujo de dejarse ver a
plena luz del día. Me pone en guardia, porque pienso que, en la oscuridad de la
noche, la ciudad debe de ser un Hamelin desgobernado. ¿Te das cuenta qué
horror? Y como no hay flautista que valga, habrá que recurrir al veneno. Parece
que estuviéramos hablando de política: veneno y ratas. No de política, sino de
eso en lo que se ha convertido la política que ya no es el arte de gobernar la
ciudad, la manera de conducirla hacia su mejor fin, sino el modo de conseguir
el mejor fin para los que gobiernan. O quizá me confunda. No quiero ser un
agorero de barra al uso, aunque me parezco mucho hoy por el tono y por el fondo.
Lo que pasa es que el vídeo de la rata caminando por el paso de cebra para
esconderse debajo del coche blanco no tiene pinta de ser un montaje.
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