Ayer
este sol que parece que va a aguantar hasta que se recojan todas las
procesiones, iluminaba la estampa de Roberto, sentado en un banco de la Avenida
del Doctor Fleming, mientras dejaba pasar las horas en las yemas de sus dedos a
través de la pantalla de un i-pad.
La
imagen de Roberto en el banco, dando la espalda al edificio de la Azucarera, es
la fotografía de una impostura. Date cuenta de que, de lo que nos habían
prometido cuando se habló de recuperarla, va a quedar la fachada y poco más. No
habrá nada dentro. Y eso es lo que ves, los elegantes muros soportados en un
andamiaje de tirantes rojos que anuncian un futuro de cartón piedra, como esos
decorados vacíos de opereta que parecen grandes palacios en la distancia y no
son nada cuando se miran entre cajas. Ha sido una hermosa ilusión. En cualquier
caso, aunque se llenase de algún tipo de actividad en el futuro, el prometido
Palacio de Congresos y Exposiciones se va a quedar en la mitad: solo habrá
Palacio de Exposiciones, de momento.
Sí.
Roberto con su i-pad en la mano al sol del jueves era una foto de las de Mauri
en la contraportada de la Nueva Crónica. Ha pasado más de veinte años en Miami
-“en el pueblo de Miami”, me dice, “porque Miami es un pueblo”- y gasta
sombrero de cowboy con una pluma azul a lo Búfalo Bill en la cinta, melena
lacia, bigote y perilla sin recortar que crece hasta apoyarse en el pecho
cuando dirige su mirada a las noticias de la tableta; de espaldas al futuro,
que se queda a medio camino, como ese viaje suyo a las américas. “Me fui porque
había que irse, que aquí no había nada, pero he vuelto y me encuentro que hay
menos, que este barrio se ha convertido en un gueto, estrangulado por el río,
por las vías del tren, por la propia Azucarera”. Y tiene razón. Lo que pasa es
que en América tampoco encontró el paraíso en esa ciudad a la que se fue
–“porque yo vivía en Denia, que sí que es una ciudad, no como Miami”-. Ahora,
que está enfermo, pasea la máquina que le aporta un extra de oxígeno a sus
pulmones maltrechos y busca el sol en el banco de la avenida.
Se entiende que se ha venido a la Seguridad Social porque allí quizá el Obama
Care no le alcance y menos en estos Trump-times. Pero esto solo lo supongo, que
esta parte no me la contó.
Tiene
uno la sensación de estar entre la tramoya de un rodaje. Lo malo es que si
Búfalo Bill está sentado al sol en un banco mirando el i-pad, ¿qué pasa con los
indios? Acuérdate de las películas de vaqueros del sábado por la tarde, de los
carromatos puestos en círculo para repeler el ataque de los salvajes del
salvaje oeste. Acuérdate de aquellas epopeyas de rostro pálido contadas a ritmo
del séptimo de caballería. Acuérdate de estas grandes migraciones que
finalmente terminaron en conquista, como la de los españoles en el sur de
América. Piensa en el modo que cambió en tan poco tiempo el color de la piel de
las personas que vivían en todo un continente. Pero piensa en tantas otras
invasiones, por ejemplo en la del Islam primero y en la de los mongoles después
en el norte de la India, cuando provocaron la migración de esos que hablaban
una lengua común, la de los romá, y que mañana celebran en todo el mundo la
fecha del ocho de abril como día internacional del pueblo gitano. Nada nuevo
bajo el sol: Búfalo Bill de espaldas a la Azucarera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario