Observo
tu mirada clavada en mi nuca. Me ocurre desde siempre, desde la primera vez que
me senté a hablarte en esta mesa, desde aquel día lejano en el que me temblaban
los papeles en la mano y te traté de usted. Ahora te tuteo y he dejado el
colectivo “ustedes”, porque siento tu presencia tan cercana que advierto la
responsabilidad de lo que digo en cada sílaba. Por eso tengo ciento cincuenta y
cinco razones para callarme. Y una más, esta extraordinaria, de la que ya te
hablé hace quince días, porque el viernes pasado nos escondimos detrás de las
pastas y de los quesos y de los vinos y las cecinas, los manjares que todavía
no eran de Reyes, pero que ahora lo son. Te eché de menos.
Tu mirada en mi nuca señala cada instante. Me
siento turbado por tu alegría. Lo dice el joven Escipión en palabras escritas
por Camus: “Mi desgracia es que lo comprendo todo”. Lo comprendo todo. Me doy
cuenta de tu presencia, del modo en el que recoges mis palabras y de mi
responsabilidad. Por eso te digo que hoy me alegro con la ciudad toda de que León, manjar de Reyes haya tenido éxito.
Quiero masticar cada letra de este artículo para colaborar con el aroma de la
victoria y creer, con todos, en que dos mil dieciocho va a ser un año de
excelente cosecha para nuestra economía, para la economía de todos, porque
todos bebemos de la misma fuente y todo nos afecta. Brindemos por lo que
vendrá.
Noto
tu mirada, pero lo comprendo todo y veo también la nuca de los otros. No estoy
hablando de Cuenca, la perdedora, aunque podría. Ni siquiera hablo de mi
silencio. Te hablo de un viaje en el tiempo hacia mi memoria, un viaje por los
sabores de otros días: esos sabores que León tendrá que recuperar para armar la
fiesta del dieciocho. Un viaje por la piel de los monasterios que terminó en
Gradefes, precisamente escuchando de boca de Reyes la necesidad de cocinar con
medida todo lo que digo y allí se me quedó la mirada clavada en la cabeza de
algunas mujeres que llevaban escrito en el pelo el remolino del sueño. Ya sabes
de qué hablo, de esa marca que se queda en el pelo cuando dejas caer la cabeza
sobre la almohada y la prisa te saca a la calle sin que hayas podido desanudar
tu siesta. Habíamos ido por Mansilla y después nos volvimos por Puente
Villarente. Un viaje por sabores que las piedras de la historia tienen que
cocinar para que León, manjar de Reyes
enseñe más pierna que la del lechazo.
No
sé cómo saldrán los números, pero me imagino que bien. Estoy seguro de que
saldrán bien, aunque es verdad que no se me ha ocurrido mirar en Huelva y eso
que me traigo la luz de su costa siempre que puedo, como quien busca a alguien
que le pueda traer la luna. Pero he mirado en el centro del remolino del sueño
de tantas nucas que comprendo que el anhelo de la razón solo puede ser lo
imposible. “Si hubiera conseguido la luna, nada habría sido igual”. Lo dice
Calígula, no sé si antes o después de pintarse las uñas de los pies. “Y eso que
sé, y tú también lo sabes, que bastaría con que lo imposible existiese”. Pero
nadie nos ha traído la luna, de manera que seguiremos haciendo que lo posible
brille con la misma luz que lo imposible. He mirado en tantos remolinos que me
pasa eso, lo comprendo todo y además de lo que sufro, sufro también por lo que
sufres. Lo comprendo todo.
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