Conozco
muchos leoneses a quienes les gusta más el Barcelona que el Madrid o el Betis o
el Bilbao. Una simple afición, eso que se llama “aficionados” o como mucho
“seguidores”, porque siguen a ese equipo de fútbol y no a otro. Pero también
conozco a algunos cuya afición va más allá de un mero seguimiento y se
organizan en peñas y participan de la vida del club asistiendo a partidos
incluso fuera de nuestras fronteras -perdón por utilizar la palabra “fronteras”
en este contexto-. Aman a su equipo y odian al contrario.
Ayer
en la prensa se publicó un comunicado de la peña leonesa del Fútbol Club
Barcelona en el que anuncia la suspensión de todos sus actos en señal de
protesta por la actuación de la directiva del Barça. Mientras tanto la vida
sigue y la Cultural irá a Reus, si no ocurre nada nuevo en estos días y los
jugadores catalanes seguirán en la Selección Española y posarán delante de las
cámaras mientras suena el himno. Sería curioso que el lunes se proclamase en el
Parlament la independencia de Cataluña mientras los jugadores catalanes
defienden los colores de España en Israel. ¡Qué cosas tiene la vida,
precisamente en Israel!
Me
doy cuenta de que nunca he necesitado de tanto preámbulo para decir lo que
quiero. Me doy cuenta de que mido las palabras con la sensación de que decir o
no decir puede avivar fuegos. Pequeños fuegos, ya sé, pero no me apetece
encender más discusiones y por eso mido las palabras, porque veo que cualquier
palabra dicha de más o de menos encubre un daño, una agresión. Es lo que sucede
en las situaciones de conflicto emocional. Lo han dicho muy bien en la peña
leonesa del Barcelona. Se trata de un problema de corazón y no de cabeza. Y los
problemas del corazón tienen muy mal arreglo por mucho que se hable y se hable.
Todo
este preámbulo es porque tengo en los dedos el tema de Cataluña, pero me arde a
través del corazón y no soy capaz de sacarlo hacia el papel. Sé que para este
pequeño rincón de los viernes debería buscar temas diferentes de los que te
acosan en los titulares a todas horas, pero soy incapaz de resistirme porque sufro
el dolor de lo insensato. ¿Sabes que esta semana se ha cancelado un vuelo a
Cuba vía Barcelona solo porque salía de Madrid? No logro entender esto de las
fronteras en la tierra. ¡Cómo para entenderlas en el aire! ¡Imagínate si además
son fronteras que no existen! Y el caso es que sé que esta insensatez galopa
hacia la locura. Pero mi dolor no nace de ahí. Si te soy sincero, veo la
sinrazón y la insania en todas las esquinas, pero no es eso lo que me hace
llorar. Lloro porque este miércoles quise hablar con mi amigo Quique, un leonés
en Barcelona que me contara cómo ve lo que está pasando, y me mandó un mensaje
de respuesta su hermana. Un mensaje terrorífico, helador. La enfermedad con la
que ha luchado tanto tiempo acabó con él este martes. Ya no podremos compartir
penurias. Me quedaré sin su visión del conflicto. A cambio guardo en cada
lágrima su último abrazo y pienso que por encima de los problemas del corazón
están los asuntos del alma. Un socio se encuentra en cualquier parte, solo hace
falta un interés común: ¡Qué se lo digan a Ramos y a Piqué!
Un
amigo del alma es otra cosa y, cuando se va, se te abre una herida que no se
cierra con nada.
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