Me gusta saber que en algún rincón
de tus cuadernos tienes escritos versos que nunca nadie leerá. Es la prueba de
que se puede hacer algo solo por hacerlo. Nada más. No es corriente encontrar
quien haga esto. Todos traemos un objetivo en cada acción. A veces ese “quiero”
está oculto de algún modo, pero sabes que no exagero si te digo que casi nadie
hace nada porque sí. Por eso me gusta pensar que has escrito en una libreta,
como un tesoro, la receta del guiso de langostinos, sabiendo que no la leerás
jamás, porque, si algún día se te olvida, será que ya no puedes guisar. Haces
de la vida un fósil, un mensaje para hipotéticos alienígenas conquistadores de
lo terrestre, una perla para imaginarios arqueólogos futuros. Es esa costumbre
tan optimista de esconder en la primera piedra un periódico del día, con la
esperanza de que rastreadores de ruinas de venideros siglos descubran qué
hacíamos con nuestro tiempo las gentes de hoy.
¿Qué dirían si descubrieran un
periódico del miércoles? Un ejemplar de La Nueva Crónica o uno del Diario de
León. ¿Qué pensaría de nuestro modo de vida un antropólogo del siglo XXV que
descubriera en las ruinas de tu casa tus versos, la receta del guiso de
langostinos y las fotos de eso que vino a hacer el Presidente del Gobierno el
martes a León? De tus versos nadie sabe, del guiso ni se me ocurre, pero he
mirado las fotos con mirada de invasor marciano y he entendido en las sonrisas
que todo es cálido bajo los abrigos oscuros, que hay un libro rojo muy grande
que encierra un mundo de verdades y que los ojos de los Reyes duermen en las
pinturas exquisitas que dibujan imágenes de un tiempo que ya no está. Lo que
las pinturas dicen es tan ajeno a nuestro “hoy” como las fotos del evento a las
antenas del invasor verde y pegajoso. Y sin embargo, yo sé que en el Panteón de
los Reyes vive la armonía y eso te transforma, porque ningún ser vivo, por muy
extraterrestre que resulte, puede ser ajeno a la belleza. También en los
periódicos del día vería este marciano el áspero contacto de la calle, traducido
en simpáticos recuerdos, saludos y parabienes. La satisfacción amplia de
quienes consiguen enseñarse en las instantáneas, la mirada profesional del coro
protector de vigilantes, el gris satinado de un día perfecto para tomar un vino
de la casa o quizá unas sopas de ajo, el detalle exacto no se ve en ninguno de
los retratos que he mirado.
¿En qué piensas cuando comes
aceitunas?, te preguntaba tu madre. Pues en coger las más gordas, te decía
antes de que contestaras. En las fotos no se ven los que no salen. A mí me
gustaría que un día quedara para la historia la estampa de los que no han
conseguido ponerse en el tiro de cámara, el relato de los que no han alcanzado
a pillar una aceituna. De las promesas y los silencios, de las protestas y las
pequeñas disputas el marciano no se enteraría nunca, porque el brillo es solo
para los audaces y los protagonistas.
En una
pared de una casa de Toledo, escrito con rasgos que nadie ha podido
interpretar, hay un verso escondido, o una receta, o un relato de lo que pasó
algún día, que se ha revelado al levantar capas y capas de yeso. Podría ser un
verso tuyo, de cuando El Greco era el que fotografiaba.
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