¿Una catedral? Pues una catedral. ¿Qué no es la de
León? ¿Y qué importancia tiene eso? Vale, es la de Burgos, ¿y cuál es el
problema?
Podría justificarse así la metedura de pata de
Correos, como si de un máster fantasma se tratara. De hecho creo que se
abunda en el error cuando, al justificar el “gambazo”, el Presidente de
Correos dice que bueno, que en realidad todos somos españoles y castellanoleoneses
y lo dice sin “ye”, que ya sabes que la “i griega” se llama así desde hace un tiempo.
Esa idea extraña de lo castellanoleonés todavía sigue existiendo. No hay forma
de que se entienda que sin León no hubiera España; que antes que Castilla
leyes, Concilios, Fueros y Reyes dieron prestigio a León. Pero no hay que
preocuparse, que, como también dijo el Presidente de Correos, al menos no se
confundieron con la catedral de Cuenca y la confusión fue con la de Burgos.
Digo yo que será porque está más cerca, porque el daño que yo veo es que, en un
sello que se dedica a León, aparece una catedral que es de otro sitio. Pero no
pasa nada. Se hace otro sello y ya está. ¡Será por dinero!
Y lo curioso es que el fallo garrafal, inadvertido
por tantos filtros como habrá tenido que pasar el diseño del sello hasta que un
periodista lo advirtió en la presentación, ha disparado la venta. La filatelia
tiene estas cosas, de manera que lo que pueda haber de imperfecto es lo que da
valor. La rareza, el defecto, el descuido, hacen de lo que está hecho en serie
algo diferente y ahí se convierte en tesoro.
Pero eso es una anomalía en la sociedad del éxito.
Ya has oído hablar a Trump de sus misiles chulos, nuevos e inteligentes. He
traducido “nice” por “chulo” en una especie de lapsus; que me perdonen quienes
piensan que es mejor decir “bonito”. En la sociedad del éxito, no hay sitio
para el error y no hay hueco para los problemas de la virtud que son feos,
viejos y quizá un poco al margen de la inteligencia, que Sócrates no nos
escuche. ¿Qué más dará una catedral que otra? ¡Si no se va a fijar nadie! Hasta
que alguien se fija y ese sello chulo y nuevo se convierte en un misil para la
inteligencia y, como no tiene remedio, ahí va una serie ilimitada de ejemplares
con la catedral de Burgos ilustrando el fondo de la “E” de la matrícula León.
¿Y todavía me preguntas que cuál es el problema? Casi hubiera preferido que
fuese la de Cuenca, aunque ya sé que no pasa nada y lo que ocurre es que pienso
que en el fondo da igual, como ocurre con tantas cosas.
Quería
hoy, recordando un viejo artículo de Rafael Argullol titulado Quien pierde gana, recuperar el valor
del fracaso. En él se habla del “difícil arte de perder” y me recuerda algo que
hacíamos de chicos con las bicis. No estamos dispuestos hoy a reconocer que se
puede ganar cuando se pierde, que se puede crecer con el fallo. Yo esta semana
he cometido varios errores que han traído problemas a otras personas. No es,
como en el tema del sello, un meter la pata por inadvertencia, ni, como en el
del artículo de Argullol, una heroica del fracaso; es sencillamente comprender
que uno se equivoca y tiene que pedir perdón. Si eso añade o no valor a lo que
uno hace es otra historia. No hace falta ningún máster para comprender que
sostenella y no enmendalla es más de cobardes que de
valientes.
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