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viernes, 17 de abril de 2020

No hay día. (En Hoy por Hoy León, 17 de abril de 2020)


No hay día que no caigan cuatro gotas aquí en León. Yo ya no sé cuánto tiempo llevamos así y me parece que es la falta de referencias externas lo que me desconcierta, el hecho de estar en este encierro que no distingue domingos ni fiestas que relucen más que el sol de días laborables, hasta que llegan alarmas como esta del artículo del viernes que me recuerdan que ya ha pasado otra semana o que ya se ha acabado el día, como ocurre con los aplausos de las ocho.

Necesitamos ritos para conjurar el miedo. Es como una religión más allá de la religión para los religiosos o una religión no religiosa para los demás. Rito de las ocho. Rito del artículo del viernes. Rito de la hogaza de pan de los miércoles. Rito de la cerveza en la terraza el sábado por la tarde al sol escaso de este abril lluvioso con un arcoíris sobrevolando una iglesia blanca o una puesta de sol de postal entre nubes rojas y azules, blancas, grises, nubes de atardecer. Inventamos esos pequeños ritos que nos ayudan a encajar el miedo, a parcelarlo, hacerlo pequeño hasta que desaparece minúsculo en la seguridad de nuestras pequeñas rutinas rituales.

A mí me gustaría tener alguno de esos ritos que te hacen distinto. No sé, como eso que hace Fred Macmurray encendiendo las cerillas con los dedos para el cigarrillo de Barbara Stanwyck o el cigarro puro de Edward G. Robinson, que aquí siempre ha sido G. Robinson como Cary Grant o Gary Cooper. En la escena final de Perdición el ritual de las cerillas que se encienden sin rascar en la caja se cierra en manos de Robinson, que le enciende con los dedos el fósforo para el último pitillo a un Macmurray víctima de su propia perdición. El rito de la película diaria. Tal vez una de dibujos animados, o de mucho amor o una del oeste con Jean Simmons, que era la preferida de mi padre. Horizontes de grandeza, ¡qué peliculón!

Fíjate qué dos títulos: Perdición y Horizontes de Grandeza. Casi que me atrevo a decirte que es una metáfora de lo que nos pasa. No hay día que no piense sobre estos dos temas: el modo en el que este virus desatado nos ha colocado frente al espejo de nuestra debilidad, el modo en el que nuestra absurda seguridad en nosotros mismos nos ha conducido a esta situación de perdición y la necesidad de vencer al miedo con una idea nueva sobre la vida, un horizonte de grandeza. No hablo de conjurar al miedo con este o con aquel ritual, sino de vencerlo definitivamente abrazando la vida como realidad incuestionable y dejando vacía la mochila de los aplazamientos. Sé que insisto en la misma idea de hace quince días, pero es que esta nueva vida tiene que vencer al miedo y, para eso, debemos desenmascarar las mentiras y estar en la realidad de este día concreto. Y eso que no hay día que no me asome por la ventana y vea un coche fúnebre. Porque esa es la realidad que se ve.

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