No
hay día que no caigan cuatro gotas aquí en León. Yo ya no sé cuánto tiempo
llevamos así y me parece que es la falta de referencias externas lo que me
desconcierta, el hecho de estar en este encierro que no distingue domingos ni
fiestas que relucen más que el sol de días laborables, hasta que llegan alarmas
como esta del artículo del viernes que me recuerdan que ya ha pasado otra
semana o que ya se ha acabado el día, como ocurre con los aplausos de las ocho.
Necesitamos
ritos para conjurar el miedo. Es como una religión más allá de la religión para
los religiosos o una religión no religiosa para los demás. Rito de las ocho.
Rito del artículo del viernes. Rito de la hogaza de pan de los miércoles. Rito de
la cerveza en la terraza el sábado por la tarde al sol escaso de este abril
lluvioso con un arcoíris sobrevolando una iglesia blanca o una puesta de sol de
postal entre nubes rojas y azules, blancas, grises, nubes de atardecer. Inventamos
esos pequeños ritos que nos ayudan a encajar el miedo, a parcelarlo, hacerlo
pequeño hasta que desaparece minúsculo en la seguridad de nuestras pequeñas
rutinas rituales.
A
mí me gustaría tener alguno de esos ritos que te hacen distinto. No sé, como
eso que hace Fred Macmurray encendiendo las cerillas con los dedos para el
cigarrillo de Barbara Stanwyck o el cigarro puro de Edward G. Robinson, que
aquí siempre ha sido G. Robinson como Cary Grant o Gary Cooper. En la escena
final de Perdición el ritual de las cerillas que se encienden sin rascar en la
caja se cierra en manos de Robinson, que le enciende con los dedos el fósforo
para el último pitillo a un Macmurray víctima de su propia perdición. El rito
de la película diaria. Tal vez una de dibujos animados, o de mucho amor o una
del oeste con Jean Simmons, que era la preferida de mi padre. Horizontes de
grandeza, ¡qué peliculón!
Fíjate
qué dos títulos: Perdición y Horizontes de Grandeza. Casi que me atrevo a
decirte que es una metáfora de lo que nos pasa. No hay día que no piense sobre
estos dos temas: el modo en el que este virus desatado nos ha colocado frente
al espejo de nuestra debilidad, el modo en el que nuestra absurda seguridad en
nosotros mismos nos ha conducido a esta situación de perdición y la necesidad
de vencer al miedo con una idea nueva sobre la vida, un horizonte de grandeza.
No hablo de conjurar al miedo con este o con aquel ritual, sino de vencerlo
definitivamente abrazando la vida como realidad incuestionable y dejando vacía
la mochila de los aplazamientos. Sé que insisto en la misma idea de hace quince
días, pero es que esta nueva vida tiene que vencer al miedo y, para eso,
debemos desenmascarar las mentiras y estar en la realidad de este día concreto.
Y eso que no hay día que no me asome por la ventana y vea un coche fúnebre. Porque
esa es la realidad que se ve.
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