Como
no vives en la ciudad, te perdiste la imagen de los niños paseando como
acólitos peripatéticos detrás de sus padres. Me produjo una tristeza enorme.
Los niños están hechos para estar con niños y tocarse y perseguirse y abrazarse
y arañarse. Verlos así, como corderos mansos detrás del adulto que los
pastoreaba, me produjo una congoja imposible de contener.
Eso
fueron los primeros días. Ahora ya salimos en tropel por la orilla del Bernesga
o del Torío, ese amor al agua, esa idea de paraíso que se mueve, y se ve a los
niños que han tomado el mando de sus juegos, han perdido el miedo de aquellas
primeras escapadas confusas en las que no sabían bien qué papel les tocaba jugar
y ya son los adultos quienes corren detrás de ellos. La risa ha vuelto a
invadir la calle.
Se
oye decir que no sabemos comportarnos, que el desconfinamiento está sacando lo
peor de nosotros. También está sacando lo mejor. Lo peor y lo mejor son dos
sombras de todo corazón, porque en los corazones se agazapan los deseos, los impulsos,
los miedos, la sangre exagerada, los canales estrechos de la envidia, los
tejidos delicados del amor. Nunca se puede saber bien lo que hay en el corazón
de una persona. Es un incordio. Lo que está pasando en el corazón de alguien es
un enigma que se escapa a toda certeza, incluso en lo fisiológico. Lo que se
aprieta en las fibras más delgadas del corazón de alguien es extraño a todo el
mundo y eso que te he oído decir que los estados de WhatsApp son como estados
del corazón. Será verdad. Será esa una ventana para asomarse a lo inasible, un
modo de perseguir las metáforas que describen tu interior, el mío, el de todos.
Yo
he estado mirando el modo de caminar para adivinar los corazones. Pensando que
esa mujer que camina tensa con el cuerpo hacia delante con pasos cortos y
rápidos examina el mundo en su zancada y en su corazón hay retales de tareas
pendientes a los que quiere llegar lo antes posible; viendo que esa pareja
joven que camina despacio y ahora trota ligeramente tiene en el corazón la
incertidumbre del futuro; respirando el after shave de ese cuarentón de calva en
ciernes que me pasa como un bólido, mientras controla en su reloj los gramos
que va a perder con ese sobre esfuerzo vano, vacío de otras iniciativas o
preocupaciones: esa empty box que dicen que tenemos los hombres. ¿Nada en el
corazón?
Y, mientras observaba a esos caminantes —quizá caminantes blancos, sin
saberlo— me contó Igea en el oído de la radio que ellos eran muy “comprensibles”
y yo quise entender que lo que quería decir es que son muy comprensivos. No es
lo mismo ser comprensible que comprensivo. De hecho, la mayoría somos
comprensivos y lo que llevamos en el corazón puede que sea incomprensible. Acallar
los motores y dejar que suene el mundo, es lo que hice.
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