Hay
una imagen en el ADN de cada uno, una estampa que nos dibuja. Es verdad que
andamos con el carnet de identidad en la cartera y lo enseñamos para decir
quiénes somos, pero sabemos que esa tarjeta de plástico no somos nosotros, ni
somos la foto del álbum o el retrato de encima de la chimenea. Tampoco esa
imagen que elegimos para enseñarnos en el móvil. La imagen que nos retrata es
una imagen interna, una foto fija que brota en cada uno cuando nos paramos, sin
pensar, a pensar en quiénes somos.
Te
parecerá una chiquillada, pero te propongo que juegues este pequeño juego, que
cierres los ojos un momento y que evoques esa imagen que es la tuya. ¿Qué estás
viendo? Si no te has parado mucho a pensar, por muy descabellado que te
parezca, ahí está tu identidad. Me dirás que eso no es verdad, que si haces eso
mil veces te vendrán a la cabeza mil ideas diferentes. Puede. Puede que tu
identidad sea múltiple, indefinible, imposible de confinar en una descripción.
Puede también que no reconozcas lo que miras, porque puede que te engañes. No
digo que no seas lo que ves o que lo seas aunque no te reconozcas. El engaño
tiene tantas aristas que me confunde y no me atrevo a decirte qué es y qué no
es. Puede, por el contrario, que te ocurra lo que a mí y que al cerrar los ojos
veas un paisaje, un paisaje que es el tuyo, como sabiendo que eres eso, un
pedazo de mundo, un grano de arena resbalado de una playa, una brizna de
hierba, una gota de agua, una piedra baqueteada por el río, redondeada en
millones de golpes suaves, caricias de erosión.
Yo
veo los Ojos cuando cierro los míos. Veo los Ojos del Guadiana cuando tenían
agua, cuando anunciaban el río que se escondía por un curso subterráneo durante
kilómetros hasta que florecía en esa imagen. Hoy no queda nada de aquel
milagro, pero la imagen permanece y la comparo con estos ríos de León que nacen
ya fuertes siendo un hilo de agua y se convierten en fuentes de vida en un
espacio tan corto que siento que toda la grandeza de mi estampa se queda en
poca cosa al lado de la belleza y el poder de esta tierra leonesa. Veo los Ojos
del Guadiana desaparecidos y las montañas leonesas salpicadas de molinos y
pienso en la urgencia de que imprimas en tu ADN la estampa de ahora mismo,
antes de que se pierda en la memoria del tiempo, como se ha perdido el arroyo
al que te ibas en las tardes de verano a cazar ranas.
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