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viernes, 25 de septiembre de 2020

Párpado. (En Hoy por Hoy León, 25 de septiembre de 2020)

    La noticia es la del atropello de una osezna en la carretera de Villablino a Huergas de Babia. El atropello, dice la noticia, se produjo en la noche del martes, destacando la ausencia de daños personales. Repito la palabra atropello en cada una de las frases que he pronunciado hasta ahora, como un mantra. Se me ocurre que decir “atropello” es estar a salvo. 

    Me imagino la escena.Veo la llegada de las patrullas, la constatación de la muerte de la osezna, la oscuridad de las sirenas contra el cielo. Imagino a todas esas personas expertas levantando acta de la situación, haciendo eso que cuenta la noticia, procurando el traslado del ejemplar de oso pardo, y cito literalmente, “a la red de centros de recuperación de animales silvestres del Gobierno autonómico”. Me transporto al momento, quizá solo inventado por mi imaginación, en el que alguien cierra los ojos del animal, le borra el asombro de la mirada bajándole el párpado en ese gesto de misericordia ante la muerte. Bajar el párpado, como cerrar la cortina tras la función. Atropello, defunción. Palabras disparo que evocan tragedias. No es apropiado hablar así cuando se trata de una osezna, porque, aunque se rompan tiras que sujetan la vida, la muerte de un animal no hace un difunto. 

    El párpado no es perfectamente opaco. Si seguimos con esta cosa nuestra de los experimentos, observa que, aunque cierres los ojos, todavía te llega luz. Acerca una mano y comprueba que hay mayor oscuridad. Entiende que cerrar los ojos no es borrar del todo los problemas, porque sigue atravesando la luz la naturaleza traslúcida del párpado. Quizá es por eso por lo que hacen falta piedras en los ojos para sellar el final de la vida, como en algunas culturas, como has visto hacer en la tele. Piedras encima de los ojos cerrados para no dejar que entre la luz, para sellar el párpado.

    Me decía ayer una alumna, cuando le pregunté qué tal había llevado el confinamiento de antes del verano, que lo había llevado muy bien porque ella es más bien de interior. Lo dijo con una naturalidad absoluta, subrayando su convicción de que no hay nada como el interior. El interior, lo interior, lo que encierra la piedra sobre el párpado, la única realidad auténtica, la que sucede en ti. “¿Cómo distinguir la realidad de la irrealidad?”, preguntó el androide. “La realidad es irremplazable”, dejó escrito el guionista. La realidad es irremplazable, cierto, tanto es así que está del párpado hacia el interior y todo lo que sucede allí, querida Alba, gracias por tu sugerencia, es perfectamente desmontable, reconstruible, pero inabordable desde el exterior. Absolutamente irremplazable, como la osezna atropellada, como nuestra vivencia de la osezna atropellada, como nuestra vivencia interior de la noticia de que hay una osezna que ha sido atropellada. Intocable bajo el párpado.


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