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viernes, 11 de septiembre de 2020

Paladar. (En Hoy por Hoy León, 11 de septiembre de 2020)

Parece que la Fundación ha perdido en primera instancia contra el Banco. Te recuerdo la pelea entre una y otro por el patrimonio de la Obra Social de Caja España, una discusión que va más allá de lo que cuestan las cosas y que se sitúa en el territorio de lo que valen.

Es un tópico la importancia de no confundir valor y precio. Vamos un poco más allá, que me imagino que ese pleito por la propiedad de los bienes de la Obra Social no se plantea en términos de precio y se trata de la necesidad de comprender el valor del arraigo de los bienes. Te digo que pensado al vuelo parece de cajón, como que los bienes tienen arraigo y son de un sitio, de una gente, como que están unidos a un sentimiento. Ocurre cuando vuelves a ver una casa en la que has vivido y la miras desde fuera y ves que hay otras personas que ahora están en el espacio en el que estabas tú. Comprendo el desarraigo de la casa prestada y la necesidad de hacer nido, de anclar la vida, esos ojos de los que te hablaba la semana pasada y que traen tu identidad están en el dibujo arquetípico que haces de la casa cuando colocas las ventanitas. La puerta podría ser la boca. El arraigo está en la casa y también es el retrato de tus sentimientos. No sé si será así, pero me gusta creer que en los tests proyectivos el árbol es el dibujo de tu personalidad y la casa de tus emociones. La casa, las casas de la Obra Social, ya no son de leoneses, son de quienes quiera que sean los dueños de ese Banco que ha heredado la fortuna familiar. Si la Obra Social de Caja España hubiera tenido mano quizá hubiera dibujado la Casa de Carnicerías para expresar su emoción. Ahora nos dicen que es de un cierto Banco. A veces pasa con las casas, que empiezan y terminan siendo de un banco.

Mirar la que fue tu casa desde fuera y ver los objetos de otras personas arraigando en ella es un ejercicio de desapego. Hay una cierta Wendy de serie televisiva que entra en su antigua casa de Chicago cuando los nuevos dueños están fuera. Pone patas arriba algunas cosas y le da vuelta al marco de la foto de la familia feliz que no es la suya. No lo pone contra la pared, sino que lo coloca bocabajo, señalando que todo puede irse al traste en un momento. Sube a la habitación del hijo de los otros y hace la cama con mimo. Coloca el embozo con cuidado. Luego se bebe una cerveza y se marcha dejando la puerta abierta. Todo necesita su rito. También el rito del desarraigo.

Pero el mayor arraigo está en el paladar y el paladar siempre va con uno. Si cierras los ojos y buscas en el cielo de tu boca el sabor que eres, aparecerá de inmediato. Yo soy un cierto tomate frito, tal vez un pisto, también mis guisos. Una pena que tenga en el paladar esta chapa metálica que me ha dejado el COVID. El recuerdo permanente de que no hay nada normal en esta “ene ene” que tenemos desde el verano.

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