A pesar de que nunca he sido
monaguillo, recuerdo que, en cierta ocasión, no me preguntes por qué, tuve que
llevar en una procesión la Cruz de Guía. Siempre he sentido la necesidad de
cumplir las tareas que se me encomiendan de la mejor manera posible y alguien
me había hablado de la importancia de ser el portador de un símbolo tan valioso
como era aquella vara metálica con una cruz que llegaba hasta muy alto. Adopté
la tarea con dedicación absoluta y al cuarto de hora de ir caminando, para,
apoya, levanta, vuelve a caminar, para, apoya, levanta, camina y vuelve a
parar, ya no podía con la vida. Puede que fuese algo más de un cuarto de hora o
puede que menos, pero te puedes imaginar que entre el peso real de aquel objeto
tan valioso y su peso simbólico y emocional quedé fundido. Pensé que había
tenido muy mala suerte al haber sido elegido para aquella tarea tan elevada y
miré con envidia a los otros dos niños que iban conmigo, uno aporreando una
campana sin ningún miramiento, sin medida y sin control, y el otro descargando
un incensario con divertidos movimientos en zigzag que lo tenían completamente
despreocupado de solemnidades, trascendencias y demás consideraciones que no se
le pasaban por la cabeza ni antes ni durante ni después de aquello que era para
él, como para el de la campana, una sencilla diversión. Y mientras tanto yo iba
penando con mi cruz y mi responsabilidad desde el minuto uno. Se ve que cada
uno nace para lo que nace y no es que piense que, como el toro, he nacido
para el luto y el dolor, pero sí que es verdad que aceptar sobre ti una
responsabilidad, cualquier responsabilidad, es envenenar tu risa, una risa
imposible bajo la Cruz de Guía, una risa espontánea de incienso y tañido, de
charanga y pandereta, de los que se divierten sanamente sin sentir el peso
que a ti te aplasta. Y uno ha sido, a pesar de todo, más responsable que
divertido. Una tara. Sí. Por más que lo pienso, todo lo que sea cargarse de
responsabilidades es cometer un error. Basta con actuar con amor para ser del
mundo. Llevar cargas es hundir en el fango la pisada. Todo lo que no sea querer
es flagelarse.
¿Y entonces puedo hacer lo
que quiera? ¿Puedo arrearle a la campana y volear el incensario? ¿Tirar de la
Cruz como bastón de majorette? Puedes. Sobre si debes es cosa de verlo.
La clave es no sentir el peso, asumir la responsabilidad, si es que te toca, no
desde la aceptación involuntaria, sino con la fuerza del deseo. Se es
responsable sin duelo de lo que se quiere. Se hace vinagre la saliva del beso
al que se obliga.
Esto de la Cruz Guía me lo
ha recordado la UPL con su reclamación ante la RAE para que elimine la palabra castellanoleonés
del diccionario. He pensado en la importancia del guion, en todo lo que une y
también lo que separa. Me acordé de aquellas listas infantiles de palabras
compuestas que nos pedían que escribiésemos con guion para ver que eran
palabras que se construían con otras. Guardacostas. Portaaviones. Bocamanga. ¡Cómo
me gustaba bocamanga! Y al recordar aquellos guiones, recordé ilustraciones de
los libros de lecturas y me vinieron imágenes de caballeros medievales a
caballo portando sus guiones y sentí el peso de todo aquello. Caballeros
castellanos y caballeros leoneses soportando el peso de sus enseñas. Insignias,
estandartes al viento señalando el peso de la identidad. Me sentí un monaguillo
eligiendo campana antes que cruz.
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