La alarma ya corría por la
calle Villafranca antes de Navidad, cuando se extendió el rumor de que se
cerraba uno de los establecimientos más tradicionales de la calle. Nadie pensó
que el cierre tuviera que ver con la situación de crisis que atraviesa el país
y mucho menos ahora que, por obra y gracia del súper año electoral que acabamos
de estrenar, la crisis se está haciendo pequeña al decir del Gobierno. El
cierre no podía ser porque el negocio fuera mal, la causa tenía que ser otra.
Parece ser que en el caso
del que hablamos lo que sucede es que el dueño se jubila, pero al coincidir el
cierre con el cambio de año, por la calle Vilafranca volaron especulaciones
múltiples y la que más credibilidad obtuvo es la que sostiene que, al
terminarse la moratoria para la adaptación a la ley de arrendamientos de 1994
de los locales comerciales de renta antigua, los propietarios del local y los
del negocio no habían sido capaces de llegar a un acuerdo sobre el precio del
alquiler, algo que está pasando en muchos comercios de todo tipo, aquí en León,
en la provincia y en toda España. Y no creas que me resulta sencillo analizar
el caso, porque se entiende que a los comerciantes les resultará difícil hacer
sus números contando con una subida importante del precio del alquiler, pero
también se entiende que los dueños de los locales quieran percibir alquileres
semejantes a los de los vecinos. Lo que me cuesta ver es cómo es posible que en
veinte años que ha durado la moratoria haya tantos locales que seguían hasta el
mes pasado acogidos a la renta antigua sin que ni arrendadores ni arrendatarios
hubieran podido encontrar un acuerdo. Al final, los que pagan son los de
siempre, los trabajadores, que son los que se verán en muchos casos sin
trabajo. Tengo entendido que no sucederá así con el negocio del que te hablaba
al principio, pero no me digas que no tiene narices que en veinte años no se
hayan resuelto las diferencias y que se pongan en peligro, según una
información de ayer en la prensa digital, medio millón de puestos de trabajo en
toda España. Yo creo que se resolverá bien, pero me pone enfermo esta manera
tan española de hacer las cosas que consiste en esperar a ver qué pasa y
aguantar hasta el último momento, ese en el que ya no hay más remedio, para
tratar de encontrar una solución.
Esta situación se diría que
nos da un autorretrato de lo que somos, una especie de selfie. Y lo curioso es
que este selfie viene con su palo, un palo que sufriremos consumidores y
trabajadores, y si no, al tiempo. Pero ya que hablo de ello, no me digas que no
te parece curioso que haya sido tan geométrico el éxito del palo del selfie. Me
refiero al invento este del palo que se alarga para sacar la foto sin tener que
pedirle a nadie que te la saque. Esto es lo de hoy, comercios que no son
capaces de ajustarse a la situación actual y millones de personas dándole al
palo de la foto para que se vea su cara bien enmarcada. Si es que, cuando se
encuentra el palo del gusto, la cosa fluye sin problemas. Y esto de la tecnología
nos gusta más que a un tonto dos palotes. Y si no, ¿de qué el éxito del cepillo
de dientes con conexión inalámbrica al teléfono? ¡Ya me contarás! Al principio
pensé que el cepillo te llamaba al móvil para que te lavases los dientes, pero creo
que la cosa no va por ahí, sino que la aplicación te hace un mapa de cómo te
cepillas y por qué sitios y te dice si tienes que apretar más o si tienes que
meterte el cepillo más tiempo. Yo te digo que, cuando leo estas cosas, me
siento más de renta antigua que un local comercial de los de antes.
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