Uno de mis escritores preferidos es Torrente Ballester y uno de
sus libros que más he disfrutado es La
saga/fuga de JB. Ese territorio incierto y a la vez tan reconocible en el
que se sitúa Castroforte del Baralla me devuelve siempre la sensación de isla
que acompaña la historia de determinados pueblos. Reconozco mi propia infancia
en un pueblo manchego, aislado en la llanura del centralismo, como una de esas
historias y entiendo que el aislamiento no es tanto la consecuencia de una
evidencia geográfica como el resultado de un proceso cultural. Cierto que si te
detienes en historias como la del viaje de Ramón Carnicer a La Cabrera,
descubres islas cercanas, islas próximas que abundan en esa idea de que ser
isla nos es necesariamente estar rodeado de mar.
Me ha dado por pensar sobre este asunto de la isla por varias
circunstancias que convergen en ese concepto. La primera de ellas es que,
aunque ya no nieva como antes, parece que últimamente sí que nieva como entonces.
Y cuando nieva de este modo y la nieve se acumula y lo iguala todo con su
blancura, se producen efectos indeseados, como puede ser el de los coches que
se golpean por circular sobre el hielo, el de los tejados que no soportan el
peso de la nieve o la incapacidad de los ayuntamientos, como dice el alcalde de
Cistierna, para hacer frente a los gastos derivados del temporal. Ahí tenemos a
la UME, haciendo rescates de quienes quedan atrapados por la nieve, aislados en
sus propios vehículos, en la impotencia de no poder ir ni para delante ni para
atrás. Idea de isla. Pueblos a los que les cuesta llegar a las quitanieves,
casas aisladas en el exceso de esta nieve que viene de otros tiempos, aquellos
en los que sí que nevaba como entonces y no estos tiempos raros en los que ya
no nieva como antes nevaba. Son tiempos incómodos, pero por poco. Lo dice
MUSAC, Lo que ha de venir ya ha llegado. Y
lo hemos visto entrar en el salón de casa por el televisor, añado yo. Lo que
sucede es que, en esa isla mínima que es nuestro sofá, solo vemos lo que
queremos ver y nos sentimos tan a gusto en nuestra isla que no queremos pensar
otra cosa que imaginarnos siempre pisando la tierra firma del continente.
La segunda circunstancia es que disfruté de la belleza con que
Nicolás Martínez cuenta el modo en el que se vive en la Illa de Ons en su
película Fora do continente. La
puedes buscar fácilmente en internet si quieres verla y te aseguro que ni las
imágenes, ni la música, ni la magia filosófica con la que hablan las dos mujeres
protagonistas podrán quitarte la idea de que un horizonte no es un límite y que
ninguna isla te puede encerrar si tienes a tu lado sentada a nuestra señora
imaginación. La isla es un espacio mental en el que ninguna de las mujeres de
la historia que se narra en el documental queda atrapada. Se puede vivir
aislado a dos pasos de Madrid y vivir en absoluta conexión con todo en un mundo
situado fuera del continente.
La tercera
la explica Cecilia Barriga en su documental Tres
instantes, una película que se puede ver en MUSAC en la que se conectan los
acontecimientos que tuvieron lugar en tres escenarios diferentes en los que el
descontento ciudadano, en lugar de expresarse de forma aislada, tomó cuerpo
enseñando que la historia es una construcción de todos y que cada uno de
nosotros, si quiere, puede dejar de ser
isla para fundirse en el mar de las emociones y la acción colaborativa.
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