Estábamos tomando un café, hablando de asuntos de trabajo y uno de
ellos fue la presentación del Modelo 347, la declaración que presentan todos
los autónomos y PYMES que hayan realizado operaciones con proveedores o clientes que, en su conjunto,
superen los 3.005 euros.
Dicen que es conveniente contrastar los datos con unos y con otros, para
asegurarse de que las cifras declaradas son las mismas, algo que siempre me ha
producido estupor, como la necesidad de contrastar las declaraciones de los
testigos antes de ir a los Juzgados para que las versiones que den de los
hechos encajen en el modelo que se pretende presentar. Uno diría que los
testigos están ahí para explicar exactamente lo que vieron y que las cifras de
las cuentas entre proveedores y clientes tienen que encajar, sin necesidad de
acuerdos previos, sin que nadie tenga la necesidad de asegurarse de que las
cosas concuerdan. Si yo digo que te he vendido tantos kilos de patatas en el
año por un valor determinado, tú ya debes saber que me los has comprado y es
lógico pensar que en tu casilla de cliente pondrá la misma cifra que en la mía
de proveedor. ¿Qué razón podría haber para que pasara lo contrario? Me dirán
gestores y economistas que hay muchas posibilidades de que las
cifras no concuerden y que es necesario asegurarse de que todos lo hacemos
bien. ¿O es que no todo el mundo factura todo lo que vende?
Pero ese es un jardín con muchísimas espinas y no querría
enredarme yo entre tanta zarza, que lo que comentábamos era precisamente lo
difícil que es saber todo lo que hay que saber para el día a día. “Hay que
hacer un máster para andar por la vida cotidiana”, dijo entre sorbo y sorbo de
café. Y más que con la idea del máster, me quedé pensando en la idea de vida
cotidiana. Utilizamos los adjetivos para distinguir sujetos dentro de una
categoría. Decimos la mesa blanca para señalar que nos referimos, de todo el
universo de mesas, a esa mesa concreta que es blanca. Por eso me gusta la
expresión, porque, al decir vida cotidiana, señalamos una vida concreta
separada de todas las vidas, esa vida exacta que se desarrolla cada día,
dejando aparte una supuesta vida alternativa que no es de todos los días, una
vida cuyos días serían más fáciles, una vida para la que no haría falta un
máster. ¿Cómo llevas tu 347? Se te acaban los días, que hay que presentarlo
antes del uno de marzo. ¿Has visto ya cómo hacer para saltar fuera de tu vida
cotidiana? Si no eres capaz, necesitas un máster.
Me cuentan que ayer, en una Facultad de la ULE, mientras se
desarrollaba una clase, un muchacho entró para explicar los motivos de la
huelga contra la reforma del 3+2. A muchos de los estudiantes les pareció bien
lo que el muchacho decía, pero se quedaron en el aula. La profesora les
preguntó si habían tomado alguna decisión al respecto y los estudiantes
decidieron permanecer sentados sin secundar la huelga. Otros muchos, en cambio,
estuvieron en la calle protestando contra este nuevo impulso de la especialización
a golpe de chequera. Una vida cotidiana complicada, digna de necesitar un
máster. Un máster para rellenar el 347, para presentarlo sin la ayuda de una
gestoría, para conseguir el certificado, para saber si conviene una huelga, si
vale para algo. Un máster para derrotar la cultura del máster. Pero también un
máster para hacer la compra en el supermercado y elegir entre yogures
descremados, con bífidus, griegos, con frutas, de sabores. Para elegir el
correcto entre toda la gama de champús. Es lo bueno que tiene ser calvo, que
cualquier gel me vale.
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