Me ha gustado mucho leer
algo que dice Luis Mateo Díez, hablando de su nuevo libro. Dice que “le
interesa más la leyenda que la realidad”, que la realidad está desacreditada,
que parece que todo es un poco mentira o que todo está lleno de engaños. Y creo
que esa ficción de lo real es más que una pose estética. Se convierte en un
modo de vida, en una descripción. Te dejé en junio hablándote de mentiras y
vuelvo en septiembre diciéndote que la realidad es un tremendo engaño que
nuestra desidia ha dejado que se vaya construyendo a su antojo. ¡Fíjate qué
canallada! ¡Cuándo resulta que estaba en nuestra mano imaginar nuestras propias
ficciones y vivir en ellas, hemos sentado el trasero en el salón del sofá para
creernos las fantasías de otros!
Por lo menos, las que se
inventa Luis Mateo Díez tienen la ventaja de la belleza. Las que se nos cuelan
en el salón de casa por los rincones del cable son torticeras e interesadas,
como si la ficción del dinero fuese lo único real, lo único verdaderamente
real, lo único. Me sobrecoge ver anunciadas en la tele colecciones de historia
de la filosofía y cursos de inglés, mezclados con fascículos para aprender a
tricotar que te regalan las agujas y un poco de lana para que te enredes en tu
imaginada felicidad. Y es que coser es un ejercicio de relajación máxima y de
poderoso entrenamiento mental. Es necesario ejercitar la coordinación mano-ojo,
se produce un esfuerzo de concentración que mejora el funcionamiento
intelectual y además se trabaja en relación a la consecución de un objetivo.
Más o menos lo que dicen de los videojuegos los que defienden los videojuegos. Un
ticket para la evasión.
Así es que, si te parece
bien, voy a tratar de hablar este año lo menos posible de
la realidad de las noticias, de la realidad de la calle, de la realidad de la
vida, porque, como dice Luis Mateo Díez, tiene uno la sensación de que acaso no
sea eso una verdadera realidad. Y no, no pienses que es que me he vuelto
definitivamente platónico y que niego la realidad del mundo sensible para
afirmar una realidad racional, no. Lo que me pasa es que ya solo veo mentiras y
para hablar de las mentiras de otros, prefiero ir inventándome las mías y
contártelas despacio ahora que he descubierto que te asustan las tormentas,
ahora que sé que no quieres oír los truenos de lo que se mueve ahí fuera, ahora
que veo que te parte el alma el rayo de una foto de un niño sin vida en una
playa turca, una foto que no ha hecho López, de sobra sabes ya por qué. ¿En qué
perversa fantasía tienen lugar realidades como esas?
En mi fantasía no hay globos
de agua en un parque. No juego con globos de colores, ni los dejo en papeleras,
ni discuto con policías, ni multo a un padre por jugar con su hija, ni promuevo
una campaña en las redes sociales para airear una situación que quizá fuese una
pequeña tormenta en un vaso de agua. Pero se airea fácil cuando hablamos de
globos y de niños. Y es una forma de falsear la realidad, porque los verdaderos
dramas hablan de fronteras que se cierran. “Si ustedes parasen la guerra en mi
país, nosotros no querríamos venir a Europa”, lo dijo un niño en su fantasía,
un niño al que no asustan las tormentas, porque sus demonios son otros: tienen
cara y sonríen ciegos de ira en la blancura aterradora de la noche más cerrada.
Menos mal que nos queda la literatura, Luis Mateo.
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