Así es que el perro de la
Guardia Civil no sabía que acababa de traspasar la línea del límite de sus
competencias. Estaba siguiendo el rastro de la peregrina desaparecida cerca de
Castrillo y se metió en terrenos de la Policía Nacional, ¡vaya faena! ¿Quién
sabe si la investigación habría ido más rápido si el sabueso hubiera seguido
haciendo su trabajo sin que la curiosa manía de los humanos por parcelar la
vida (y apropiarse de un trozo) no hubiera interferido en su animal instinto al
margen de toda regla de demarcación? Es difícil decirlo, al menos lo es para
mí, que no tengo ni idea de cómo se desarrolla una investigación policial y
tampoco entiendo mucho de los ritmos de la instrucción judicial, pero el
sentido común dice que todo habría ido más rápido.
Seguro que es importante que
cada uno conozca bien sus competencias y no se extralimite, porque se entiende
que cada uno sabe de lo que le toca y es mejor que las cosas las hagan los que
saben. Me parece bien que se organice el trabajo, que se reparta, que haya
personas que tengan una visión global de los problemas y que quienes actúen
sólo tengan que ocuparse de hacer lo que les mandan para que todo funcione en
interés de un fin global que no puede ser otro que el del bien común. Y eso a
todos los niveles, en la búsqueda de una joven peregrina desaparecida, en la
educación de un niño, en la venta de un terreno, en la puesta en marcha de un
polígono industrial, en la sanación de un cáncer. Creo que es una buena manera
de organizarse. Lo que pasa es que, esos límites, esa demarcación del
territorio adecuado de actuación tiene que ser flexible. Ya, ya sé que me vas a
decir que si las normas son flexibles no son normas, que precisamente en eso
está su virtud, en el hecho de ser rígidas, conocidas por todos e inamovibles,
lo que nos procura un espacio de seguridad, un modo de saber lo que debemos
hacer y lo que no en cada momento. Ya. Tienes razón. Lo que pasa es que muchas
veces la vida se desborda más allá de las líneas rojas y nuestra animalidad, la
del perro de la Guardia Civil, se desentiende de las marcas impuestas por la razón
y alcanza el objetivo perseguido, la felicidad, el bien común. En el caso del
perro rastreador, el triste descubrimiento de un cadáver.
Llama la atención en este
suceso que se acelerase la investigación ante la presión del gobierno de los
EEUU. ¿Te quieres creer que tengo amigos que me han dicho que el FBI le inyectó
el suero de la verdad al sospechoso para que confesase? Yo me imagino que no
tienen ningún dato para afirmar tal cosa, que es algo que sencillamente se les
ha ocurrido y lo sueltan así, como si fuese verdad. Como si fuese una de esas
verdades que cualquiera con dos dedos de frente debería conocer. “No te
preocupes” dijo uno, “en cuanto les dejen a los americanos, le inyectan el
suero de la verdad y ese canta la Traviata”. Lo dijo el día antes de que
confesase el presunto asesino. Supongo que sería una pura coincidencia, porque
los motivos que llevan a un ser humano a cometer un crimen son inconfesables,
pero el alivio moral que supone la confesión termina en muchos casos por
empujar a los criminales a confesar. Es cierto que entramos en el territorio
del sermón y esa ya no es nuestra competencia, pero déjame que te pregunte, ¿a
ti no te gustaría que te inyectaran el suero de la verdad para saber qué cosas dices?
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