A cualquiera le pasa que
empieza un proyecto con la idea de hacer una obra menor y la cosa se le va de
las manos y empiezan a surgir posibilidades y un poquito de aquí y un poquito
de allá y el proyecto termina siendo una cosa diferente. A unos les sale una
terraza en el chalé, a otros un bar en la Plaza Mayor y hay a quien le sale un
restaurante de una franquicia famosa en todo el mundo. Yo no digo que sea este
el caso. No tengo ni idea y, si me apuras, tampoco quiero enterarme mucho, aunque
creo que es lo que siempre se ha dicho de la mujer del César, que no solo debe
ser honrada, sino que además debe parecerlo. No te digo ya nada del César. Por
eso me parece que todo el asunto del KFC y su edil promotor es un asunto que ya
debería estar resuelto. Todo debería estar sobre la mesa y posiblemente el
concejal debería haberle puesto las cosas fáciles al alcalde, no sé si
dimitiendo o explicando claramente toda la situación, para que efectivamente
todo el mundo comprenda con claridad que no hay ninguna irregularidad, si es
que es el caso. “No puedo ya más”, debería de haber dicho. “Ya más, no”.
Lo que pasa es que estamos
tan acostumbrados a hacer las cosas como nos parece, que creemos que todo vale.
Sabemos que los cimientos de la sociedad se construyen sobre la base de leyes
sólidas, pero el día a día de cada uno se construye como uno buenamente va
pudiendo y tiramos para adelante con todo lo nuestro con la idea de que no hacemos
nada malo, con la sensación de impunidad que nos otorga el hecho de que otras
muchas veces hemos hecho las cosas mal y nunca ha pasado nada. Me gusta mucho
ese concepto de obra menor. Apuesto a que en las leyes urbanísticas está
perfectamente definido lo que es eso, pero si jugamos a
retorcer las palabras, la obra menor da mucho juego. Por ejemplo, para
Messi marcar veinte goles en una temporada debe ser una obra menor, como es una
obra menor contar las palomas que hay en un palomar para alguien que sabe
hacerlo. En cambio a mí eso de las palomas siempre me pareció cosa de magia y
al delantero centro del Getafe igual los veinte goles se le hacen muchos. Me
imagino que para el constructor del Taj Mahal, la catedral de Astorga es una
minucia. Solo que a mí me gusta más la catedral de Astorga, creo.
Y hay obras menores que son
regalos del universo. Dime si no te parece un regalo del universo ese beso
furtivo arrancado al tiempo, esa margarita terca creciendo a codazos en medio
de todos los crisantemos, esa cara sonriente para sellar una conversación escrita
en el teléfono. Dime si no es una obra maestra el dibujo de un niño que pinta
en una calabaza todo lo que le dicta el miedo. Pequeñas obras maestras diarias
disfrazadas con proyectos de obra menor. Luego te sale un
porche, el Taj Mahal o un bar en la Plaza Mayor. Son cosas que pasan. Lo bonito
está en descubrir un pequeño tesoro oculto, una obra menor para guardar entre
tules. Fíjate en todo lo que se oculta debajo de la mirada de un adolescente
repleto de piercings, abandonado a su suerte en mitad de esta canallesca
sociedad de culto a la marca y piensa en una batalla de alitas de pollo, una
guerra de muslos y hamburguesas, un festival de kétchup volando de local en
local, locales construidos con licencias de obra que se tramitan tarde o que
incumplen alguna norma, porque, lo sabemos por Billy Wilder, con faldas y a lo
loco nadie es perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario