No sé si has visto una
película americana sobre las causas de la crisis de dos mil ocho que se llama
“La gran apuesta”. Nosotros estuvimos viéndola el martes en los cines Odeón en
el marco de una de las actividades del programa Ser Empresarios de Radio León. A
la salida estuve con Pepe Muñiz, quien me hablaba de la idea de que el dinero
no existe, que en el mundo actual ya solo hay números en la memoria de un
ordenador, pero que nada tiene ya el respaldo auténtico del dinero.
Le doy la
razón, pero sólo se la doy en parte, porque nunca el dinero ha sido ninguna
realidad concreta más allá de la simple formalidad del reconocimiento del valor
de algo. Pero el valor nunca ha estado en el dinero, sino en las cosas, y no en
las cosas en sí mismas como lo que son, sino las cosas en cuánto que son
valoradas, apreciadas por la gente. Y digo así, “la gente”, porque es de ese modo como se genera la idea de lo
valioso, de un modo absolutamente impersonal. Eso a lo que damos valor es lo
que respalda el dinero y el dinero se diluye en unos y ceros en el silicio de
una pastilla de memoria.
No obstante, y por mucho que
creas que tienes claras muchas cosas, la película es desasosegante desde el
primer fotograma y es un desasosiego que te acompaña todo el rato. Un
desasosiego que te habla del fraude enorme que sirvió de base a quienes
pusieron a los pies de los caballos el verdadero valor de las cosas y trasladó
ese valor de las cosas mismas a aquello que no es nada en sí, salvo la
representación del propio valor. Y por eso utilizan tu dinero para
enriquecerse, para hacer subir los fondos de inversión que crecen con el
derrumbe de todo lo demás, todo ese castillo de naipes levantado con pies de
barro sobre las hipotecas basura, que se destruyó en meses, llevándose consigo
la estabilidad de otras economías, como la del euro, especialmente sensible a
las fluctuaciones de la economía americana. Lo que me gusta de la película no
es solo lo que cuenta, sino el modo en el que nos lo cuenta, el modo en el que
nos sitúa ante la realidad de que el dinero en sí mismo no es nada, carece en
absoluto de valor, y a nadie le interesa, porque hoy ya nadie quiere tener
dinero. Hoy “la gente”, esa misma “gente” que hizo posible el crecimiento
exponencial de la oferta inmobiliaria, lo que quiere no es dinero. No es
exactamente dinero, sino poder adquisitivo. Lo que la “gente” quiere tener es posibilidad de
compra. Le da igual si es porque tiene dinero o sencillamente porque tiene
crédito.
Me pareció muy especial la
película, ya te digo, y me dio mucho que pensar. Más aún si tienes en cuenta
que el público que asistía a la proyección era fundamentalmente del mundo de la
empresa, por lo que cada movimiento en falso iba a ser contestado por un
aluvión de protesta, no por una manifestación espontánea de fe. Y sucedió que
muchos de los que estábamos allí pudimos comprender que, en medio del
desasosiego, aún en el momento más crítico, vale la pena aguantar dos minutos
más, esperar a que ese desasosiego se endulce con un gesto, con un sentimiento
de protección, con un soplo de fuerza, de magia angélica. Porque hasta en las
situaciones más críticas, la solidez del valor de las cosas no está en su
precio, sino en cómo nosotros las valoramos.
Y sí, es cierto, el tema sigue
siendo el juicio, aunque yo te hable de estas tonterías para despreocuparme de
si llegan o no llegan a la Audiencia los letrados, que es de lo que se habla
estos días en los bares.
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