Una de las consecuencias de haber nacido en La Mancha es que
uno se cría en la idea de que Don Quijote fue un personaje histórico. Es muy
difícil comprender que se trata de un personaje de ficción. En cada uno de esos
lugares en los que se hace referencia a algo que hizo el Ingenioso Hidalgo, los
molinos, la cueva de Montesinos, la Venta en la que veló sus armas para armarse
caballero, aparece alguna inscripción que lo atestigua, con lo que resulta
difícil deslindar ficción y realidad. La verdad es que siento que es
verdaderamente difícil deslindar una cosa de la otra. Y si no, que se lo
pregunten a Rajoy con el tema de la llamada del falso President.
En la tele, en la radio, en los periódicos, en internet, la
cuestión de la semana es sin duda alguna, como hablábamos el viernes pasado, el
tema del juicio, pero el tema del juicio es una discusión, un deslinde, una
dilucidación entre lo que es fantasía y lo que realmente sucedió. Ocurre como
con el Quijote, que lo que realmente sucedió no lo sabe nadie, quiero decir
que, hay una realidad, la de que Cervantes se inventó esa maravillosa novela,
como es verdad que hay otra realidad, que es la del asesinato de una persona y
el juicio que se hace de quienes pudieran haber sido las autoras, aunque esa
realidad no nos es enteramente cognoscible, por mucho que alcancemos a conocer
multitud de circunstancias. Por eso mi idea de hoy es la de proponer una
pérdida del juicio. No hablo exactamente de lo que te imaginas, sino que
sencillamente propongo una huida de todo lo que pueda tener que ver con el Juicio
del crimen de Isabel Carrasco, como si desapareciese, como si se perdiera en la
noche informativa. ¿Te das cuenta de lo que te digo? ¿Qué pasaría si dejásemos
de ver el juicio y de emitir nuestra propia sentencia? ¿Qué pasaría si, en ese
sentido en el que lo estoy diciendo, perdiéramos el juicio? Perder el juicio,
sí. Claro que no el nuestro. No nuestro juicio, sino el de ellos. Podríamos
hacer una intentona y dejarlo absolutamente de lado y convertirnos en un
Quijote del XXI, alguien que ha perdido el juicio, alguien que ha perdido
virtualmente el juicio.
Perder el juicio podría ser la ausencia de arrepentimiento.
Hablan quienes defienden las teorías de la comunicación no violenta de que
existe una bondad natural, en el más puro estilo rousseauniano, una especie de
compasión natural que se experimenta en todos los seres humanos. Dicho a lo
cañí: todo el mundo es bueno. ¿Acaso no tenemos tendencia, llevados de esa
compasión natural, a sentirnos un poco en la piel del otro? Parece una locura,
una insania, una pérdida absoluta de juicio pensar que todo el mundo es bueno.
Desde luego, quienes asesinaron a Isabel Carrasco pensaron que eso no era
verdad. ¿Y cuántos en aquellos días se lanzaron a proclamar juicios sin pruebas
sobre la supuesta maldad de la persona asesinada? Asistimos a los festivales de
opinión como quien oye llover. Dejamos que algunas opiniones, la mayoría de las
veces exageradas o infundadas, tomen cuerpo a nuestro alrededor llevados por un
enfermizo afán de bonhomía. ¿Y luego qué? Luego el débil sueño de los justos,
el silencio de los bienpensantes, el dejar pasar que llevó en los años treinta
a Hitler al poder en Alemania y que permitió al partido nazi devenir en la
máquina imparable de destrucción del ser humano en que se convirtió. El
fanatismo es ese mecanismo el que utiliza, el silencio de los más, esa callada
aceptación que nos mueve a deshacernos para siempre de todo arrepentimiento.
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