Se presenta esta semana como la primera semana
del juicio. No sé si te acuerdas de las primeras impresiones que tuviste al
saber de la muerte de Isabel Carrasco. La noticia corrió en segundos por todos
los medios y en apenas unos minutos ya había comentarios ridículos que dieron
lugar a una polémica sobre la libertad de expresión que desviaba absolutamente
la mirada de la cuestión principal: la muerte violenta de un ser humano a manos
de otro. Me gustaría decirte que las cosas son sencillas, tan sencillas como
dice Teresa paseando su sabiduría en compañía de una maestra que reventó toda
su gracia sevillana en el valle del Torío. Las cosas son sencillas, dice
Teresa: si uno dice esto, es esto y no hay posibilidad de que sea otra cosa. Si
las cosas fuesen así de sencillas, envidiada Teresa, es verdad que sería fácil
hacer juicios. Nadie temería la posibilidad de equivocarse, de tomar una cosa por
otra. Dice el Ministerio Fiscal que en el caso de la Presidenta de la
Diputación, el crimen fue bien planeado y sorprendentemente bien ejecutado
hasta el punto de que estuvo muy cerca de salirles bien.
¿Qué hubiera pasado si no son
descubiertas las autoras? ¿Cómo de diferente habría sido nuestro juicio hacia
sus personas? Seguramente serían consideradas como víctimas de la particular
forma de entender la política de la Presidenta asesinada. Pero estaba allí
aquel policía retirado. La fortuna o el destino, vaya usted a saber qué, hizo
que las cosas fuesen de otra forma, de manera que hoy juzgamos a las presuntas
asesinas como tales y no nos cuesta ni un gramo de vergüenza lapidarlas
moralmente con absoluta impunidad en la barra del bar o en la sobremesa de la
comida familiar. Y de la misma manera que juzgamos ligeramente a estas personas
antes de que sean juzgadas, porque ya damos por sabida su culpabilidad, lo
hacemos con tantas otras cosas banales y juzgamos permanentemenete a los otros,
ya sea por lo que sabemos que han hecho, por lo que creemos que han hecho, por
lo que nos dicen que han hecho o por lo que pensamos que pueden hacer. Pero
juzgar de ese modo, querida Teresa, sería posible si las cosas fuesen simples,
y resulta que la vida es compleja, por lo que juzgar de ese modo es
sencillamente ser injusto.
Lo divertido es que tampoco debería importarnos
demasiado que nos juzgaran o que nos dejasen de juzgar. Si cada uno sabe qué es
lo que le está pasando y qué es lo que le coloca en cada momento en el lugar
que ocupa, debería importarnos bien poco que nos juzgaran bien o que nos
juzgaran mal. Yo, de todos modos, estoy encantado con no formar parte de ese
jurado que tendrá ante sí una tarea tan delicada, aunque desde luego prefiero
el papel de jurado al del que se tiene que sentar en el banquillo. Nunca me ha
gustado juzgar ni ser juzgado, y eso que es verdad que en el fondo muy poco
importa este asunto.
No sé si has visto la palabra sonríe en
el autobús de Amidown. ¿Te das cuenta de lo poco importante que es un juicio?
Este sábado contaba la madre de Paula, una niña con síndrome de Down, que estaba
muy preocupada por algo que le habían dicho y entonces, su niña, se le acercó a
ella y le dio un fuerte abrazo, al tiempo que le decía: “no te preocupes, mamá,
¿no ves que todo esto no es más que un juego?” ¿Ves qué cerca están las
palabras “juzgar” y “jugar”? Consigues una de la otra dejándole caer una “z” en
el sueño de los justos, y el juicio pierde su solemnidad. Solo que si quieres
seriedad de nuevo, enseguida tienes “jurar” en lugar de “jugar”.
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